El valor del agradecimiento

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Un profesor que ve potencial en un alumno, decide apoyarlo para continuar con sus estudios.

Dedicado al Mtro. Javier Caldera Jaramillo (+), por su corazón generoso.

El Profesor se sorprendió por tan inesperada invitación: “Maestro, prepare su equipaje porque quiero llevarlo de vacaciones por algunos lugares del Estado de Oaxaca”, expresó aquel reconocido Ingeniero, Gerente de Minas de la Compañía Minera Autlán, S. A. B. de C. V., de la sierra alta del Estado de Hidalgo.

El mentor titubeó, esa manifestación era atípica y no advertía razón en ella.

“Yo estoy en deuda con usted por siempre. Permítame agradecer un poco de lo mucho que recibí”.

El recuerdo estaba fresco, a pesar de haber transcurrido varias décadas.

En aquella ocasión había una boda en su rancho de origen y se acostumbra que a ese tipo de fiestas acuden todos los habitantes de la comunidad. El profesor confirmó asistir y cuando llegó, los muchachos corrieron a saludarlo pues le apreciaban. Días antes habían terminado las clases, los egresados de sexto año ya lo extrañaban

Preguntó a Fernando en cuál Escuela Secundaria se iba a inscribir. El muchacho rompió en llanto, inconsolable porque sus padres no querían que salieran a estudiar, dada la situación familiar tan precaria.

Incrédulo y conmovido porque este muchacho había sido su mejor alumno. Fue representante de la escuela en el concurso anual de sexto grado, obteniendo el segundo lugar, ganando a escolares de planteles más grandes del medio urbano.

El profesor fue a hablar con los tutores y analizaron la situación. La crianza de nueve hijos era difícil porque el jornal agrícola apenas daba para alimentarlos; no tenían algún familiar en dónde dejarlo en la capital zacatecana que, a pesar de estar a escasos 25 kilómetros, las vías de acceso eran complicadas; no había transporte ordinario ni tenían los medios para llevarlo a la escuela diariamente.

Doña Manuela y Don Manuel, los padres, conmovidos y esperanzados aceptaron el ofrecimiento del ahora preceptor para recibirlo en su casa, lo cual quizá fue difícil porque aún era soltero y lo dejó en casa de sus papás, que radicaban en la ciudad de Zacatecas.

Para aligerar la carga alimentaria, colaboraban modestamente enviando cada semana parte de sus productos como queso, pan de cocedor, frijol, maíz, huevo, leche, tortillas, …

Aquel acto generoso de su mentor representó el más feliz de su adolescencia porque le abrió las puertas a conocer el mundo, definió el rumbo de su vida. Luego de estudiar el bachillerato con excelentes calificaciones pudo obtener el título en una Ingeniería.

Por varios años fue considerando la posibilidad de invitarlo a realizar un viaje por el sureste del país, en agradecimiento al apoyo recibido en aquellos años cruciales. Materializado el propósito, lo recuerda contento cuando conocieron Monte Albán, Mitla, Hierve el agua, Árbol del tule, las mezcaleras, talleres y fábricas de hilados y tejidos.

El Ing. Fernando Ávila Ortiz lo consideró como su segundo padre. Es de los convencidos de aquel adagio popular que dice: “Es de familia bien nacida, el ser una persona agradecida”.

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