El gran viaje

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La primera vez que sales de la comunidad, es una experiencia sorprendente, porque no sabes lo que encontrarás en el trayecto.

Dedicado a la Sra. Santos Rico Celestino, de la comunidad de Anáhuac, C del Oro, Zac.

El caminar era lento, arrastraba las patas traseras, el impulso apenas era perceptible y sin poder mover la cola, de vez en cuando emitía un lastimero quejido que pretendía ser un aullido, para llamar la atención de los dueños, porque estaba llegando a casa.

Don Telésforo, el jefe de familia, salió a encontrarlo en la orilla del patio, soportando aquella mirada larga y triste lo tomó en sus brazos, enternecido porque dimensionó el tamaño del esfuerzo del fiel animal… sintió los huesos debajo del pellejo.

Luego de ponerlo a la sombra le ofreció a beber agua, pero el cachorro estaba al límite de sus fuerzas. Colocando una mamila en el pico de una botella lo alimentaron con leche durante varios días para reanimarlo, porque no pudo deglutir comida sólida.

Esa mascota, “El Dorey”, se había extraviado días antes en el camino de regreso de Río Grande, Zac. hacia San Eustaquio, ubicado en el noreste del Estado zacatecano. Habían hecho ese viaje un mes antes, trepados en una carreta repleta de rastrojo, cobijas y barricas con agua, sacos con un poco de grano para alimentarse y una buena provisión de aceite para lubricar los ejes de las ruedas, habían partido desde su terruño para ir a buscar a su hijo Raymundo, que se había ido a vivir con el tío Lino.

Durante los primeros meses de ausencia del muchacho, el padre estuvo tranquilo, pero comprendía que la familia debía estar unida y concluyó que la responsabilidad era suya. Debía ir por él, no esperar a que su hermano decidiera llevarlo. Doña Asunción, su esposa, imaginó lo difícil del trayecto, largo y con múltiples imprevistos. Su condición de salud no era la mejor, pues haber tenido quince embarazos, de los cuales solamente se le habían logrado seis hijos, debilitó su naturaleza, pero debía seguir al marido.

Don Forito era conocido en todas partes porque era capataz en la hacienda, lo cual permitió recibir atenciones de la gente, como pernoctar dentro o a un lado de las chozas para soportar un poco aquellas tolvaneras densas que siguen existiendo y conocen bien los habitantes o visitantes de la región.

Santos era niña y recuerda aquel capítulo importante en su vida porque fue la primera vez que se asomó al mundo, como sucede con cualquier persona al hacer un viaje

Le parece volver a saborear el requesón y queso que les obsequiaban las personas de las rancherías por donde pasaban, aspirar el olor del chamusco del nopal rastrero que su padre preparaba para alimentar los bueyes por la mañana. Acampar al oscurecer en algún aguaje encontrado en el camino, paladear los condoches, beber aguamiel o almorzar los frijoles cocidos durante la noche.

Quizá la crudeza del trayecto sea difusa en su memoria porque sus percepciones fueron a nivel de infancia. Los ojos de niña fueron de asombro y novedad porque apenas iba enriqueciendo su vida.

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