Diversos niveles de conocimiento

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Cuando la tía le obsequiaba a alguien, tenía la precaución de disponer para todos los sobrinos.

A mi hermana Triny, con particular agradecimiento.

Hasta interrumpió el juego al percibir cómo se aproximó a ellos su hermana, con pasos lentos por ir degustando un pedazo de caña de maíz. Se escuchaba delicioso el crujir fresco y jugoso del morder y masticar con sus pequeños dientes. Podía sentir las diminutas gotas que se escapaban de su boca en cada mordisco y desde los costados de su lengua segregó involuntaria su saliva por el despertar antojado del estómago.

– “¿Me das un pedacito?” pidió esperanzado.

La respuesta fue de hecho. La niña extendió el brazo invitando a dar el equivalente a un mordisco. Estaba tan deliciosa, como lo había imaginado. De inmediato disparó otras preguntas.

“¿Quién te dio?, ¿En dónde hay?”

– “Mi tía Manuela me llevó a dónde hay muchas y cortó esta para mí “.

Se incorporó rápido y fue corriendo a encontrar a la tía, sabiendo que cuando obsequiaba a alguien, tenía la precaución de disponer para todos los sobrinos.

La encontró en la gran sala de la casa de su abuela, doblando ropa recién lavada, pero se desencantó de no ver más cañas por ahí cerca.

Sin decir palabra regresó y sentado en la orilla de la banqueta, a la sombra del pirul “gacho” en donde pendía aburrido el columpio que nadie estaba utilizando por estar entretenidos en otras cosas, se sentó junto a ella esperando recibir otro trozo, lo cual no hizo la niña porque en ese instante terminó de consumirlo y se percató de su “cara de niño sentido”.

Queriéndolo consolar le dijo: “Te llevo a donde hay más”.

Se levantó y cruzaron la cocina larga e inmensa con olor a hoguera. Junto a la chimenea la tía Juana hacía tortillas y se antojaba pedirle una que generalmente enrollaba luego de aplicarle una pizca de sal, pero esta vez se apetecía más degustar el jugo de una caña.

Cruzaron el patio de atrás, la puerta hacia la huerta estaba entreabierta y pasaron por ahí. Él detrás se dejaba conducir por ese camino que conocía bien, pues eran frecuentes sus idas a cortar flores de calabaza, ejotes o elotes en la respectiva temporada.

La niña se detuvo maravillada y abriendo los brazos, como queriendo abrazar la milpa de maíz muy crecida y verde, a la orilla de la melga exclamó: “Mira, ¡cuántas!, ¡aquí hay muchas!”.

Decepcionado dirigió “una mirada de pistola”, creyendo que era broma, pero al ver la inocente cara de su hermanita, se dio cuenta que ella iba muy esporádicamente a ese sitio. Quizá pensó que él no conocía ese lugar. Él sabía que se necesitaba el trabajo de un adulto para escoger la planta, disponer de herramienta y hacer el corte.

Los saberes de una persona son distintos a la otra, aún y cuando tengan el mismo origen, el contexto familiar, social o escolar. Incluso siendo de la misma edad y estén viviendo las mismas experiencias.

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