Desacierto adolescente

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

El Prefecto pidió calma y preguntó el motivo de la algarabía. “Así no podremos entendernos, ¿Qué sucede?”

Con gran afecto al colega Anselmo Carrillo Sifuentes.

El bullicio de estudiantes se concentró en el Departamento de Prefectura de aquella Escuela Secundaria, generado por varias voces acusadoras otras en posición de defensa, algunas cuantas pedían indagar a detalle los pronunciamientos de culpar sobre una travesura realizada en hora de clase.

Al frente del conjunto iba el Jefe de grupo. El Prefecto pidió calma y preguntó el motivo de la algarabía. “Así no podremos entendernos, ¿Qué sucede?” Viendo al Jefe, detectó que le tendía un papel, mismo que pretendía ser arrebatado por sus condiscípulos, queriendo retener la entrega.

Tomó el papel, era un reporte por incidencias en la conducta de varios alumnos enlistados con un motivo grave: Faltar el respeto al profesor.

Llamados a la cordura y manteniendo la serenidad se les fue dando participación uno a uno increpando a que se evitaran interrupciones. El alboroto se debía a que algunos de los estudiantes acusados expresaban ser inocentes.

“Por favor explíqueme Usted” pidió al dirigente.

  • “El maestro de Ciencias tiene un sobrenombre, uno de mis compañeros lo mencionó en voz alta y el profe lo escuchó”.
  • “Pero quien lo dijo primero fue él”, replicó el aludido, señalando a otro condiscípulo.

“Y la lista fue creciendo porque fueron más implicados” concluyó el líder.

  • “Sobre este asunto debe intervenir el Asesor de ustedes, porque la situación es grave. Nuestro principal deber es respetarnos y respetar a los demás, a docentes, directivos, trabajadores y a cuanta persona se encuentre en este espacio escolar” declaró el Profe Anselmo.

Fueron por el Asesor y entraron todos a la Biblioteca.

La presencia de los Prefectos, el Tutor del grupo y la bibliotecaria inhibió un poco el impulso de desenfreno característico en los protagonistas de la falta.

Se escucharon consejos redundantes en el respeto, la disciplina, dirigir la atención en las tareas académicas, culturales y deportivas.

Los muchachos aparentemente estaban atentos. Pero eventualmente bajaban la cabeza porque no podían borrar el recuerdo y reían indiscretos entre los cómplices. Delataban su culpa.

‘Perdónenos esta vez. Maestro”, clamaron los afectados, dudando de la benevolencia.

“Por esta ocasión voy a conservar el reporte. No le daré turno siempre y cuando me entere de que le van a ofrecer una disculpa a su profesor. Le preguntaré y en caso de reincidencia me obligarán a citar a sus padres, la sanción puede ser severa”. Sabía que la advertencia podía ser infructuosa. Ingenuamente apelaba a la conciencia.

Terminada la reunión los docentes comentaron: “Tenían qué ser los de segundo año”.

Es sabido por los mentores de Secundaria que los pupilos de primero tardan un poco en superar la etapa de la infancia para entrar a la adolescencia. Los de tercer grado colocan su atención en la cercanía del término de sus estudios y la proximidad del bachillerato o de incursionar en el medio laboral.

Son así de marcadas las diferencias de personalidad en apenas tres años de su crucial vida.

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