Depender del esfuerzo propio

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Tuvieron una mañana agotadora, apenas consiguieron un peso cada uno.

Con gratitud a Francisco Alfonso, mi hermano mayor.

El sentirse sólo, removió aquel sentimiento experimentado años atrás, nada grato. En el pecho se concentró ese vacío apesadumbrado que supuso se llama angustia.

En esta ocasión se sumó otro sentir: el soportar varios pares de ojos sobre sí que, tal vez emitirían algún juicio, seguramente reprobatorio sobre su fuerza, habilidad y capacidad para realizar aquella actividad que, en otros niños de esa edad era ordinaria.

Pero aquellos con los que sería comparado tenían práctica, el apoyo de alguien más y él, confiado en la asesoría de Pancho, su hermano mayor, generó desde días antes el empuje necesario para animarlo y convencerlo de tener aquella experiencia, cuyos resultados eran motivadores.

Días antes había surgido la idea al saber que los primos Silvestre y Julián se dedicaban a lustrar zapatos en sus tiempos libres y obtenían envidiables ganancias porque podían comprar útiles escolares y hasta gastar en golosinas, además de darse el lujo de ir al cine sin pedir dinero a su padre.

En casa de la tía Severina construyeron una cisterna pues con dificultad tenían agua, porque la casa estaba ubicada sobre un terrero de una vieja mina. En la tubería no había presión suficiente para llenarla.

El brillante proyecto consistió en proponer a la tía que el sábado siguiente podrían ayudarle a disponer de agua si ellos la acarreaban desde una llave pública que estaba al pie del terrero, de la cual se surtían la mayoría de los vecinos de aquel barrio.

Ella aceptó y acordaron el pago de veinte centavos por viaje. Entusiasmados anduvieron buscando un pedazo de madera para elaborar un balancín para cada uno. Colocaron cordones de ixtle al extremo de cada palo y midieron en vacío las cubetas.

Ensayaron en el patio de la casa, primero sin líquido, luego con un poco para encontrar el apoyo en el hombro y caminar con seguridad. Se pensó en colocarse un cojín en la espalda para disminuir el castigo, pero recordaron que nadie de los aguadores usaba algo semejante y prefirieron evitar la pena que podían sentir ante los demás.

El día esperado, jubilosos con sus implementos fueron a formarse en la fila de personas, esperando turno para llenar sus recipientes.

Por entretenerse a abrochar un zapato, se intercalaron tres personas entre ellos, éste fue el que se sintió solitario. Creyó que, al completar el viaje lo esperaría para andar juntos e ir recibiendo su solidaridad y apoyo. Se fue vereda arriba dejándolo atrás.

Caminó con su carga tambaleándose, aguantando el castigo del travesaño, apenas una docena de pasos descansó esperando ayuda. Fue en vano, irremediablemente tuvo qué atenerse a su propio esfuerzo. Tuvieron una mañana agotadora, apenas consiguieron un peso cada uno. Completaron la entrada al cine. ¡Qué buena película!

En la vida, de manera semejante fueron presentándose retos en los que dependería de su propia capacidad. No siempre puede encontrarse una mano amiga dispuesta a ayudar.

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