De fiesta

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Las reuniones familiares fomentan los valores.

A los familiares Meléndez, con fraternal afecto.

¿Que los latinos somos pachangueros? Es probable, dependerá de varias consideraciones.

Cierto día Don Juan, cabeza de familia, fue a la tienda de enfrente donde atendía su hermano Carlos (ambos actualmente finados), a comprar un paquete de servilletas para mesa que Doña Cuca, su esposa, le dijo que faltarían en la hora de la comida.

“¿Vas a tener fiesta, hermano?”

  • No, hoy vinieron mis hijos y vamos a comer, fue la respuesta espontánea, al tiempo que su rápido pensamiento reconsideró la expresión.
  • Es decir, sí, pues cuando la familia se reúne, sin haber motivo o fecha especial, la mamá se afana en cocinar más frijoles, traemos tortillas y utiliza la cazuela grande para hacer sopa de arroz.

Cuando la disponibilidad de tiempo, las posibilidades económicas lo permitieron, adquirían un cordero, cerdo o cabra, para preparar una barbacoa y tanto la velada como el banquete se prolongaban por más horas de permanencia en la casa de los abuelos, alrededor del cálido crepitar de una fogata en el patio.

Allá en la vivienda de los abuelos se escuchaban las alegres voces de los nietos juntándose por afinidad de edad. Juegos y juguetes nuevos aparecían en sus manos, advirtiéndose una característica peculiar en la evolución de los mismos: unos iban dejando de compartirse en conjunto para individualizarse cada vez más y transitaron entre lo manual y físico, hacia lo sedentario y electrónico.

Las carcajadas de los hijos, hijas, nueras, yernos y eventualmente otros visitantes en animadas conversaciones con diversos temas saturadas de anécdotas o vivencias acontecidas en su correspondiente contexto, eran fuertes.

Conforme pasaron los años, aquellas reuniones crecieron en número, los menores fueron haciéndose grandes y se multiplicó la descendencia.

Podían ponerse en común planes, proyectos y anhelos individuales o de conjunto. Ocupaban cierta atención el actualizarse en los grados escolares de quienes acudían a la escuela, en particular niños y adolescentes.

Por razones puramente humanas eventualmente aparecieron discordancias por la naturaleza propia de las personas. El incursionar en otros contextos de la vida social y laboral influye en adquisición de otras percepciones sobre la formación de la familia. Solo aquellos núcleos fuertes o con liderazgos sólidos de la madre y/o el padre logran mantener esa unidad que sucede con menor frecuencia en otras culturas.

Cuando llegaba el inevitable momento en que cada quien tenía que volver a su lugar de residencia, parecía que el silencio de la estancia y los espacios seguían cimbrando las paredes y resguardaban el eco de tanta voz y ruido de horas antes.

Más que tristeza por la ausencia de todos, quedaba la agradable satisfacción de la reunión múltiple, permanecían recargadas las baterías del estado de ánimo de los anfitriones, en espera de una próxima ocasión de encuentro.

En una relación de convivencia familiar como la descrita en párrafos anteriores es donde los descendientes van aprendiendo valores como la hospitalidad, generosidad, cooperación, colaboración, solidaridad, empatía.

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