Conmoción familiar

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La pérdida de un ser querido es dolorosa, así como el guardar las cosas de esa persona y comenzar a recordar momentos especiales, algunos felices, otros tristes, curiosidades de su vida y encontrar objetos sencillos pero muy valiosos.

En memoria del primo Mario Torres Meléndez, a siete días de su partida.

Un día después del sepelio, cuando aún permanece en el ambiente de su habitación, el peculiar olor de los medicamentos, los productos de esterilización, la cama de hospital, el arnés y la silla de ruedas, cuyo vacío acentúa la ausencia del esposo (padre, hermano, tío, abuelo, amigo, colega), debe cumplirse el ingrato quehacer de recoger, limpiar, resguardar o dar destino a la ropa y pequeñas pertenencias, la familia acongojada acepta la triste realidad e intenta reconfortarse solidariamente al dolor de haberlo perdido, entran en conmoción, sorpresa, admiración y, paulatinamente alivio.

“Vayan al cuarto de arriba”, dijo la madre a la hija y al yerno, a donde estaba lo que en otro tiempo fuera la recámara matrimonial. La enfermedad de él había cambiado drásticamente el rol de vida familiar. No podía, ni debía hacer esfuerzos mayúsculos como subir escaleras, para evitar alteraciones en su salud y complejizar el proceso médico asignado.

Su oficio de músico hizo que fuera acumulando instrumentos. Empezó tocando la guitarra, luego le llamó la atención el requinto, posteriormente el clarinete, viola, trompeta, guitarrón, vihuela, bajo sexto, teclados, saxofón, tuba, trompas, tambora, para consagrarse con el violín y, en los últimos años, sólo por placer tocar el arpa.

Cecilia, su hija fue a atender la encomienda de su madre y empezó a localizar fotografías, tarjetas navideñas, invitaciones a eventos familiares, artículos varios entre ropa, accesorios de los mariachis a los que perteneció en vida, instrumentos musicales (principiante de cuerda) y apareció un viejo estuche de violín, heredado del tío Carlitos.

“Hay aquí otro violín”, dijo Cristian.

“Mmmh, ya los hemos tenido todos”, expreso la hija en tono de duda.

– “Pues debe tener instrumento, porque está pesado”.

Al abrirlo encontraron un contenido distinto a sus expectativas: cuatro cartas escritas de 21 a 23 años atrás. Una dirigida a Vladimir, el hijo mayor; otra a su hija, la tercera a Panchito y la última a su esposa Ma. Santos Serrato.

El impacto emocional, aunado a lo reciente de su fallecimiento (apenas estaban en el 1er día de su novenario luctuoso) para todos, fue fulminante.

Sobreponiéndose a la sorpresa y entrando en un clima de serenidad, Cecilia agradeció a Dios el hallazgo. Ella, con todas sus fuerzas había pedido a su padre, en el momento doloroso de su despedida, que le enviara una señal en la que pudiera decirle que estaba bien.

La primera fue, el partir en una fecha en la que llovió copiosamente. Según las creencias de su pueblo, es cuando se abre la Gloria para recibir su alma generosa.

Tres años sometido a sesiones de hemodiálisis fueron tormentosas, difíciles, agónicas… El luto envuelve ahora a las familias y al gremio de los músicos. Pero los corazones de sus cercanos seres queridos están henchidos de regocijo y gratitud, porque interpretan la existencia de esas cartas como el signo divino de que él está bien, en esa nueva dimensión.

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