Apertura a la imaginación

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La lectura y la escuela son una ventana al conocimiento.

Dedicado a Melecio Soto Lares y condiscípulos.

El reto era mayúsculo y quedó sorprendido por la encomienda. En una actitud de confianza el director asignó el grupo de sexto grado para que lo atendiera en ese ciclo escolar.

Aunque no contaba con la experiencia ni conocimiento suficiente en la docencia, pues apenas el año anterior había iniciado en la profesión y le habían asignado el Primer grado, llegó a considerar que en esta ocasión repetiría o le tocaría alguno de los primeros tres grados.

El sentimiento de responsabilidad incidió mayormente en aceptar el desafío. Revisó el programa y libros de texto. El primer indicador que apareció en las clases iniciales, fue la insuficiente capacidad para leer.

Estableció la siguiente dinámica: Iniciaría la jornada con sesiones de lectura de una hora; daría oportunidad a que sus alumnos leyeran en silencio para que se familiarizaran con el texto, luego leerían en voz alta de pie junto a su pupitre, un párrafo cada uno por turnos, conforme les iba indicando.

El maestro seguía la lectura y levantaba la vista para verificar que los pupilos hicieran lo propio y al advertir la mínima distracción, mencionaba el nombre del escolar, lo cual significaba que debía continuar a viva voz. Eso ayudó a que mantuvieran la atención.

Subrayaban palabras extrañas y luego consultaban en el diccionario. En caso de haber frases desconocidas, el maestro las explicaba.

Eventualmente el mentor leía para todos a fin de mostrar entonación, pausas, inflexiones, volumen.

Esas prácticas en el futuro darían mejores resultados en la calidad de los lectores.

Cierto día implementó una acción pretendiendo sorprender a sus muchachos. Vio que algunas lecturas eran fragmentos de libros que ya conocía, así que cuando empezó la clase, luego de señalar la página, comenzó y luego fue turnando a varios, casi al concluir, él tomó la palabra para continuar leyendo el último párrafo, pero como había colocado entre las hojas del libro que sostenía en sus manos no se detuvo. Siguió leyendo “Macondo”, de Gabriel García Márquez, famoso escritor colombiano, en la descripción que hace de esa comunidad ficticia, escrita en una de sus grandes obras “Cien años de soledad”. Los escolares levantaron la vista y continuaron escuchando embelesados aquellos paisajes tropicales contrastantes de su propio entorno semidesértico.

En la siguiente ocasión, al estar leyendo “Luvina”, del escritor mexicano Juan Rulfo, repitió el truco. En esta ocasión la audiencia se emocionó y sintió más identificada por la similitud de los paisajes. Sabían del viento reseco, del arañar de las espinas del chicalote en las ricas del cerro, etc. y algunos no aguantaron las ganas de conocer más sobre esos pasajes: en el recreo fueron a que les prestara el libro con el capítulo completo.

Comprendieron que lo que se va aprendiendo es parte de un todo que está esperando a ser descubierto. Esa es una de las bondades de la escuela, permite “asomarse” un poco a las diversas áreas del conocimiento.

[email protected]




Más noticias

Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez

Contenido Patrocinado