

Zaira Ivonne Villagrana Escareño.
El respeto no significa estar de acuerdo. Significa reconocer al otro como un interlocutor legítimo.
Zaira Ivonne Villagrana Escareño
En los momentos de tensión social y política, hay un valor que debería ser inquebrantable: el respeto. No como discurso, no como consigna, sino como práctica cotidiana de quienes ejercen poder. Lo ocurrido recientemente en Zacatecas entre el obispo y el presidente estatal de un partido político demuestra, lamentablemente, qué tan fácil se pierde ese límite cuando la crítica incomoda.
El respeto no significa estar de acuerdo. Significa reconocer al otro como un interlocutor legítimo. Significa entender que en una sociedad plural nadie tiene el monopolio de la verdad y que la diferencia de opiniones no autoriza la descalificación ni el ataque desde posiciones de poder.
El obispo expresó una opinión sobre la realidad que vivimos. No habló desde el insulto ni desde la provocación, habló desde la preocupación social. Podrá gustar o no su postura, pero no fue una agresión. Fue una voz más señalando un contexto que duele y que todos conocemos. En una democracia sana, esas voces se escuchan, no se silencian.
La respuesta del presidente del partido político, en cambio, sí cruzó una línea. No solo por el tono, sino por el fondo. Porque cuando un dirigente político responde con soberbia, con desdén o con descalificación, envía un mensaje peligroso: que el respeto es opcional cuando se detenta poder. Eso no es liderazgo, es una muestra de fragilidad política.
A esto se suma un elemento que no puede pasarse por alto y que ha generado aún más molestia entre la ciudadanía: el dirigente que hoy descalifica y pretende imponer una narrativa ni siquiera es originario de Zacatecas. Eso no invalida su cargo, pero sí vuelve indispensable una actitud de mayor respeto, prudencia y humildad frente a una sociedad cuya historia, problemas y heridas no le son propias.
El respeto, especialmente en la vida pública, no es debilidad. Es carácter. Es la capacidad de escuchar sin reaccionar desde el enojo, de responder sin humillar y de entender que la crítica no es un ataque personal, sino parte esencial de la democracia.
Zacatecas no necesita dirigentes que se sientan ofendidos ante cualquier opinión distinta. Necesita liderazgos con sensibilidad social y, sobre todo, con respeto genuino por la ciudadanía. Porque cuando el respeto se pierde en el discurso público, lo que se erosiona no es una persona o una institución, sino la confianza colectiva.
Respaldar al obispo en este episodio no es un acto religioso, es un acto ciudadano. Y exigir respeto a los dirigentes no es golpeteo político: es una demanda básica de coherencia democrática.
El respeto no se exige desde un cargo. Se demuestra con la conducta.