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Luis Fernando Ojeda Ánimas

Con… Ciencia. Adaptación hedónica

Con… Ciencia. Adaptación hedónica

Este instante de brillo es casi universal, aplica para todas las personas. Y, sin embargo, también lo es su desaparición.

Luis Fernando Ojeda Ánimas
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16 de diciembre 2025

Los seres humanos en nuestra vida cotidiana experimentamos momentos fugaces y poderosos en los que nuestra vida tiende a iluminarse. Cuando estrenamos algo que deseábamos desde hace buen tiempo, cuando una noticia nos toma por sorpresa y nos cambia los planes o cuando sentimos que por fin hemos llegado a donde queríamos estar. Este instante de brillo es casi universal, aplica para todas las personas. Y, sin embargo, también lo es su desaparición.

A los pocos días, y muchas veces a las pocas horas, el resplandor se atenúa. La emoción inicial se transforma, se vuelve tibia. Lo extraordinario pierde su luz y lo que percibíamos como algo que nos transformaría la vida se convierte en algo ordinario. No es desagradecimiento. No es falta de ambición. Es biología.

A este fenómeno de la conducta emocional humana, la psicología lo denomina adaptación hedónica, aunque tal vez se podría resumir de una manera más sencilla: El cerebro se acostumbra a todo, incluso a la felicidad. Nuestra mente es un sistema con una maquinaria paciente que pule los bordes de nuestras emociones hasta dejarlas en el punto funcional, estable, cómodo y muchas veces frustrante.

Haga usted mismo un auto ejercicio mental. Recuerde ese objeto que deseaba con intensidad (un celular, un auto, una computadora), recuerde la anticipación, el entusiasmo del primer día, lo ritualmente cuidadoso del primer día que lo utilizó, y después ¡nada!; vino la rutina. Piense en su último ascenso laboral, que celebró como un triunfo histórico y que pocas semanas después ya le parecía como totalmente “normal”. También sirve recordar ese viaje de ensueño cuya magia se convirtió en varias fotografías al volver a casa.

Hoy los estudios científicos sobre la adaptación hedónica buscan explicar por qué la alegría inmediata desaparece, pero también por qué los humanos somos capaces de seguir adelante después de un golpe inesperado, una pérdida o una ruptura. Es el mecanismo que utiliza nuestra mente para impedir que nos quedemos atrapados en un pico emocional, ya sea devastador o brillante. En nuestro periodo de evolución nos mantuvo vivos. En la vida moderna, nos deja con una sensación extraña, querer siempre un poco más.

Pero existen vacíos en esta adaptación. Espacios donde el cerebro humano parece olvidarse de la rápida costumbre. Uno de ellos son las relaciones humanas. Las conversaciones y charlas que nos sostienen, la silenciosa complicidad, los vínculos que crecen sin hacer ruido. Otro son los recuerdos de las experiencias que nuestra mente atesora con mayor fuerza tales como un viaje improvisado, una comida compartida, una tarde que no estaba planeada y concluyó siendo inolvidable. Y también está el propósito, ese invisible hilo que hace que nuestros días tengan dirección, aunque no siempre tengan brillo. Porque, al final, la amenaza verdadera no es que la felicidad sea pasajera, sino que la costumbre nos impida verla cuando se encuentra exactamente frente a nosotros.

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