El Nobel de Medicina 2023

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

A menos de tres años del lanzamiento de esta vacuna contra el virus Covid19, aún recordamos los oscuros debates en los medios de comunicación.

Hay una noticia que debería alegrarnos a todos: el Premio Nobel de Medicina fue otorgado hace cuatro días a la bioquímica húngara Katalin Karikó y al inmunólogo estadounidense Drew Weissman por sus contribuciones al desarrollo de las vacunas de ARN mensajero, en particular la que sirvió para parar la pandemia del nuevo coronavirus. A menos de tres años del lanzamiento de esta vacuna contra el virus Covid19, aún recordamos los oscuros debates en los medios de comunicación, llevados a cabo por personalidades tan vagas en sus palabras como en su legitimidad científica sobre el tema. Desde noticias falsas desgarradoras hasta aproximaciones dudosas y teorías de conspiración aterradoras, todo estuvo ahí, dejando una huella en la confianza que los seres humanos tienen en la ciencia, pero que este Premio Nobel quizás borrará.

“Estas vacunas modifican nuestro DNA”, “esta vacuna nos inyecta un chip para controlarnos”, “esta vacuna mata” o el famoso “no tenemos antecedentes de esta tecnología y su uso en humanos”, “no sabemos qué nos puede pasar” son frases que, si llegaron a ser escuchadas por la comunidad científica en algunos casos raros, son en su inmensa mayoría inaudibles, incluso inaceptables.

No trato de decir que la Medicina (la ciencia) es infalible; por supuesto que tenemos derecho a dudar, a hacer preguntas y exigir incluso respuestas parciales -es más, en ello se basa el método científico-; pero, a propósito de estas dudas, también debemos prestar especial atención al perfil de la persona a la que escuchamos y, más concretamente, a la lógica de sus argumentos. Porque, del mismo modo, aferrarse a cualquier respuesta, incluso a la más aberrante y confiar ciegamente, tampoco es la solución: el extremo contrario habría impedido que un gran número de personas en los extremos del mundo creyeran en el poder de la cloroquina para curar el Covid cuando ningún estudio científico serio apuntaba en esta dirección y, más aún, habría evitado que las autoridades de estado alguno distribuyeran camiones enteros de tabletas de ivermectina antes de comprar vacunas, peor aun cuando ya se tenía claro el papel de cada cosa.

Este parece ser, también, el mejor momento para que recordemos que no tener una respuesta a una pregunta no significa el peor de los casos. En este sentido, esta crisis ha vuelto evidente que, en general, nos sentimos incómodos con la respuesta “no sabemos”, a pesar de que el principio de la ciencia es buscar lo que no sabemos (todavía) para comprender nuestro mundo.

El método científico también se ha visto socavado por un principio de precaución al que se acudió reiteradamente como un principio absoluto para evitar la liberación e incluso la administración de las vacunas de RNA mensajero contra el Covid19, cuando una medida de tal naturaleza debe analizarse en relación con una situación, dada su urgencia y los riesgos que conlleva. Por ejemplo, cabe destacar que la vacuna se puso en circulación sin esperar a que se obtuviera la certificación estadounidense, para permitir un rápido despliegue en caso de una situación crítica. Esto se le denomina un proceso de evaluación del costo de la decisión, con el mejor objetivo posible de minimizar el riesgo. Y, sin embargo, muchos han utilizado esta opción sociopolítica (en el noble sentido de la palabra) para afirmar que va en contra del principio de precaución y para reforzar teorías conspirativas sanitarias, económicas y políticas de todo tipo.

También recordamos la decisión de algunos gobiernos a principios de 2021 de suspender inmediatamente la administración de vacunas de AstraZeneca tras algunos casos de trombosis – el 0,0006% de los casos para ser exactos- en individuos que la habían recibido unos días antes. Esta decisión muestra la capacidad práctica de un Estado para reaccionar sobre la marcha, aunque no siempre se demuestre la supuesta causalidad de una correlación observada. Esto demuestra su capacidad para controlar el riesgo.

El hecho de que dos protagonistas de la vacunación contra el virus Covid hayan ganado el Premio Nobel es obviamente una fuerte señal para los antivacunas, pero también para todos aquellos que han maltratado la ciencia y su método, a veces por miedo, a veces por interés político o económico, a veces por afán de notoriedad o por pura ignorancia.

Ciertamente, de nuevo la ciencia ha vencido al oscurantismo. Ojalá que este Nobel deje una huella para mantener una cierta humildad ante la complejidad del mundo y así confiar en ella, con mente crítica por supuesto.




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