El mar con los brazos

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Los accidentes de tráfico matan a millones de personas al año, con edad promedio mucho menor que las de personas muertas por Covid. Sin embargo, viajar en coche no está prohibido. Para evitar estas muertes se toman medidas específicas: se reparan carreteras, se lucha contra el consumo abusivo de alcohol, se fabrican autos con diseños … Leer más

Los accidentes de tráfico matan a millones de personas al año, con edad promedio mucho menor que las de personas muertas por Covid. Sin embargo, viajar en coche no está prohibido. Para evitar estas muertes se toman medidas específicas: se reparan carreteras, se lucha contra el consumo abusivo de alcohol, se fabrican autos con diseños más seguros y con airbags… Entre prohibir la fabricación de autos y no hacer nada, hay un punto medio que es la única solución efectiva: las medidas específicas.

Por otra parte, en Japón la población vive expuesta a un fenómeno natural muy grave: los terremotos. ¿Tuvieron los japoneses la extraña idea de prevenir terremotos? Obviamente, no. ¿Significa eso que no hay nada que podamos hacer con los terremotos? Por un lado, los japoneses tratan de detectar los terremotos temprano para evacuar a la población lo más rápido posible, por otro, hacen construcciones a prueba de terremotos. Para lidiar con el nuevo coronavirus, es lo mismo.

Es ilusorio e irreal pensar que controlaremos la circulación de un virus respiratorio emergente en un país de 130 millones de personas o en un estado de 2. Sería como tratar de prevenir terremotos. Pero eso no significa que no sea posible hacer nada contra él. Todo lo contrario. El único camino es elaborar una estrategia de salud alternativa, seria y creíble, inspirada en lo que tiene éxito en el mundo y la retroalimentación de los médicos en el terreno, una estrategia más eficaz que los confinamientos para salvar vidas. El peligro real del virus no es su (baja) mortalidad, sino su capacidad para saturar hospitales y dificultad la gestión de los sistemas de salud. Por ello, las cuarentenas no resuelven permanentemente este grave problema de repleción hospitalaria porque cada que salgamos de un confinamiento las cifras volverán a aumentar. Para arreglarlo, sólo hay dos cosas por hacer.

Por un lado, reorganizar urgentemente y cada que sea necesario la capacidad hospitalaria. En el mundo se han adoptado modelos diversos en los que se ha echado mano de instalaciones y personal que normalmente no son destinadas a la atención de la salud. Y, por otro lado, es necesario aplicar la mayor cantidad de pruebas con un cribado masivo y de buena calidad, identificar a los contactos y aislar a los positivos.

Querer detener una epidemia con cuarentenas, aislamiento y cubrebocas es como querer detener el mar con los brazos. El virus es una creación de la naturaleza. Si las cifras de la epidemia mostraron una disminución, es en gran medida por razones naturales. Si las cifras aumentan en estos días no es debido a una “relajación ni a la irresponsabilidad” de nadie o un desconfinamiento demasiado rápido, sino también por razones naturales. Hoy se nos dice que la epidemia se ha quedado fuera de control: sí, está fuera de control, pero en realidad siempre lo ha estado; no se sabe que la propagación de un virus respiratorio se controle.

Para contener la epidemia estamos utilizando una y otra vez remedios arcaicos, una especie de línea Maginot. A principios del siglo XIX, Pushkin ya describió el confinamiento impuesto por las autoridades rusas para luchar infructuosamente contra una epidemia de cólera. Es sorprendente que, en 2020, en la era de Internet, en un país que resulta ser la decimoquinta potencia mundial, estemos utilizando remedios que recuerdan más al final del siglo 18 que la era del big data.




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