El gobernador y el alcalde

Es entendible que a un gobernador no le guste que su partido pierda la capital del estado que gobierna, circunstancia nada novedosa en el país, incluyendo a Zacatecas.
La monarquía es un concepto político, como lo es la democracia, pero se oponen frontalmente en un aspecto esencial, mientras en el primer sistema los gobernantes pertenecen a una dinastía que hereda el título a sus descendientes, en el segundo los elige el pueblo mediante el voto, de manera que la incertidumbre es ingrediente en una elección.
En la monarquía es impensable que la capital esté fuera de la esfera de poder de su titular, lo que con frecuencia sucede en el sistema republicano, donde el gobernador puede tener una filiación distinta al que gobierna la capital del estado, situación que obliga a una coexistencia política civilizada, porque la ciudad capital gobernada por un alcalde, es la sede del titular del poder ejecutivo.
Es entendible que a un gobernador no le guste que su partido pierda la capital del estado que gobierna, circunstancia nada novedosa en el país, incluyendo a Zacatecas.
Existen casos en que alcalde y gobernador se la pasan de round en round todo el periodo gubernamental, donde la sociedad es la perjudicada, pero también hay otros donde permea una relación madura y de civilidad política, que es lo deseable.
En Zacatecas las elecciones municipales de junio pasado modificaron el paisaje político del estado, particularmente el de su capital, en la que se alzó con el triunfo una planilla de partido distinto al del gobernador, victoria impugnada por la coalición oficialista en tribunales que ameritó sortear la criba de todas las instancias judiciales.
De infarto, un día antes de la toma de protesta del nuevo cuerpo edilicio, se conoció el fallo de la última instancia emitido por la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que en los tribunales menores permanecía a favor de la coalición oficialista y el giro definitivo resultó en beneficio de su oponente.
Había sido tradición que a la toma de protesta, que es el día 15 de septiembre, asistiera el gobernador, por ser la capital del estado que gobierna y sede del poder ejecutivo, presencia que resaltaba el acto y representaba sin duda un respaldo a la nueva administración, lo que en este caso no sucedió, pues prefirió atestiguar actos similares en otros municipios, destacadamente en el vecino Guadalupe.
Para nadie pasó inadvertido el hecho, mismo que dibujó una mala señal, que no deja de ser interpretado como un desdén; en esa misma línea, no apareció el primer edil en los balcones del palacio de gobierno la noche del grito; de igual manera su ausencia se dejó sentir al día siguiente en la parada militar que conmemora la independencia nacional, actos últimos que preside el gobernador.
Al hilo cero y van tres, al menos de actos públicos que encabeza el titular del poder ejecutivo, donde por su ausencia brilla el presidente municipal de la capital, supone uno, porque no es convidado.
No se ha visto a los mandatarios en actos públicos, a excepción en una reunión con todos los alcaldes zacatecanos, donde se vio una fría salutación que la mínima cortesía obligó al señor gobernador.
A un mes del gobierno municipal se siente una atmósfera de frialdad entre los dos entes de poder más importantes del estado.
Se espera que esa atmósfera la disipe un oficio político de altura, pues no se quiere que eso sume a la falta de inclusión hasta ahora de los grandes proyectos de infraestructura del gobierno federal.
Colofón: La inseguridad había mermado de manera importante en su vertiente de homicidios de alto impacto, bloqueos y enfrentamientos, lo que es una palomita para el gobernador, pero en estos días repuntó, además de que nada se dice de la paz, marca que viven un buen número de municipios sojuzgados por el crimen que se ha constituido en un doble estado.