Educación “de bulto”, desvinculada

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Mi educación en preparatoria pública, entre 1993 y 94, me pareció “de bulto”, desvinculada. En realidad aprendí más en mis tardes de biblioteca. Por citar algunos ejemplos, la profesora de Filosofía, más ducha en Literatura pero resignada a impartir la otra asignatura para llenar su carga de tiempo completo, nos dictaba lugares y fechas: “Schopenhauer, … Leer más

Mi educación en preparatoria pública, entre 1993 y 94, me pareció “de bulto”, desvinculada. En realidad aprendí más en mis tardes de biblioteca. Por citar algunos ejemplos, la profesora de Filosofía, más ducha en Literatura pero resignada a impartir la otra asignatura para llenar su carga de tiempo completo, nos dictaba lugares y fechas: “Schopenhauer, Arthur. Nacimiento: Danzig, Polonia, 1788. Muerte: Fránkfort, Alemania, 1860. Obra principal: El mundo como voluntad y representación”. Lo mismo hacía con Kant, Locke, Hegel, Berkeley, Heidegger. Los exámenes eran de complementación. Nunca explicó ―porque nunca las revisamos― cada doctrina filosófica y cómo podían ayudarnos en nuestra cotidianidad y futuro inmediato.

Las clases de Informática consistieron en aprender los comandos para Word Perfect 5.1 para Windows. En julio de 1994, cuando egresamos, el mundo dominaba la versión 6 y se preparaba para la 7: éramos expertos, pues, en un programa obsoleto.

En Historia de México nuestro profesor, distinguido masón del pueblo, intentaba adoctrinarnos con sólo su apasionado anticlericalismo. Ninguna visión panorámica: sólo un reducto, un enfoque. Las clases de Ciencias Sociales eran sermones de una profesora que recalcaba que debíamos mantenernos unidos como grupo. Por más que algunos le explicamos, nunca quiso entender los conceptos “diversidad”, “tolerancia”, “disenso”, “debate”. Nos quería como masa amorfa, ciega, dócil.

Educación Física era impartida por un recomendado ―creo prófugo de Derecho― que nos ponía a dar vueltas a la cancha. Biología era en realidad clases de obsesiva Educación Sexual; Sociología, dictados aburridos, nunca explicados; Electrónica, un profesor presumiendo su multímetro.

En la ceremonia de la graduación recalcaban esos docentes que con lo que nos enseñaron debíamos transformar la nación. La compañera que leía discurso de despedida exaltaba no lo que supuestamente habíamos aprendido, sino el cliché de que nos extrañaríamos como grupo. “¡Nuestras aulas tendrán nuevos estudiantes, pero ya no nosotros!” (todo con tono nerudiano).

Duele criticar esta etapa. Lo hago porque 27 años después continúo viendo más o menos lo mismo. Nuestra educación parece aún simbólica, desvinculada, inútil, con dinámica de pedir días antes de la evaluación una guía de 30 preguntas para examen con 15. Respuestas textuales, nunca desarrolladas. Todo peladito. Pregunta final “de regalo”.

Y rabiamos porque la vida es distinta tras llegar a Universidad sin hábitos de lectura, sin habilidades de pensamiento, con puro macheteo de grabarse preguntas y respuestas del cuaderno. Y acaso egresar igual. Entonces tomamos un trabajo y nos dicen: “Tienes que aprender desde cero: nada de lo que aprendiste en Prepa y Universidad te servirá aquí”. ¿De veras? Educación “de bulto”, desvinculada: qué maldita novedad.




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