Dolorosa interpretación infantil

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A María Trinidad y Francisco, mis hermanos. Por su gran apoyo al estudiar licenciatura.   Fue una noche larga, tensa, eterna. Un pequeño rayo de tenue luz de la veladora encendida a la imagen de La Virgen del Refugio, se colaba parpadeante por la cortina que separaba la cocina con esa habitación. Por la madrugada … Leer más

A María Trinidad y Francisco, mis hermanos.

Por su gran apoyo al estudiar licenciatura.

 

Fue una noche larga, tensa, eterna. Un pequeño rayo de tenue luz de la veladora encendida a la imagen de La Virgen del Refugio, se colaba parpadeante por la cortina que separaba la cocina con esa habitación. Por la madrugada escuchó el ladrido de los perros, el canto de gallos, grillos, la tétrica ululación del búho posado en el pirul grande, el que estaba frente a la escuela, esos ruidos habían permanecido toda la noche, pero los escuchó conscientemente hasta ese momento.

¿Qué hacía despierto a esa hora si apenas había cumplido 7 años?

Múltiples dudas, generadas por una expresión que fue a decir su madre cuando ya estaba acostado lo tenían en vela: “Rézale un Padre Nuestro a doña Petra Cisneros, tu mamá, la que te trajo al mundo, se acaba de morir”.

¿Mi mamá?, ¿Qué su mamá no era ella, la que le hablaba en ese momento?, ¿Quién lo había traído al mundo?, ¿Por esa razón era de piel morena? Su hermano mayor (hasta ese momento creía que lo era) tenía la tez blanca, la hermana que le seguía, también era güera. En realidad, de los nueve hijos solamente había tres “prietos”, la hermana mayor, la menor… y desde luego él.

Pero, ¿solamente él era hijo de Doña Petra?, ¿Por qué no se lo habían dicho antes? Ya era huérfano, infirió. Todas esas preguntas, aunadas al sentimiento provocado al enterarse que pertenecía a otra familia (¡cómo dolía aquello!), le hicieron llorar abundantemente mojando la almohada. Ahogó su llanto porque quiso evitar ruido para no delatar su tristeza.

Sentía decepción, rencor por haber sido engañado.

Esas dudas dieron vuelta en su cabeza todo ese rato, durante días, que fueron convirtiéndose en semanas, meses y años. El cansancio lo hizo dormir, pero a la mañana siguiente tenía otra mirada, siempre al suelo. Sin saberlo su carácter tendió a la introversión. Jugar con los demás perdió el encanto. En la escuela retumbaba el martilleo de esas interrogantes, ignorando las exposiciones ordinarias de la maestra. Se volvió distraído, con facilidad extraviaba el lápiz y los lunes en la mañana hurtaba algún cuaderno de los demás en la familia, o pedía comprar uno nuevo porque sus útiles no aparecían por lado alguno. Los regaños y llamadas de atención por ser distraído fueron numerosas, las calificaciones bajaron al mínimo aprobatorio.

Las madres deberían darse la oportunidad de ser explícitas con determinadas temáticas hacia los hijos, pues a falta de información puede generar confusiones, deducciones erróneas o desafortunadas, conclusiones equívocas y provocan actitudes no deseadas hacia sí mismos o hacia otras personas.

El paso del tiempo remedia muchas cosas. El tema jamás volvió a abordarse, hasta que, varios años después dedujo que su madre se refirió a aquella viejecita considerándola su progenitora, no porque lo hubiera concebido, sino porque había sido la partera que le ayudó “a traerlo al mundo”. Era “la cigüeña del rancho”.




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