¿Dinero más que vida?

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Desde hace meses escuchamos las voces del creciente número de personas que nos alertan sobre los peligros del “totalitarismo higiénico”. Prefiriendo la ética de la convicción a la de la responsabilidad, nuestros nuevos liberales libertarios multiplican las difamaciones escandalizadas por medidas coercitivas, proclamando en voz alta que el “virus nos ha vuelto locos”, que estamos “infantilizados”, que “las … Leer más

Desde hace meses escuchamos las voces del creciente número de personas que nos alertan sobre los peligros del “totalitarismo higiénico”. Prefiriendo la ética de la convicción a la de la responsabilidad, nuestros nuevos liberales libertarios multiplican las difamaciones escandalizadas por medidas coercitivas, proclamando en voz alta que el “virus nos ha vuelto locos”, que estamos “infantilizados”, que “las leyes excepcionales se están convirtiendo gradualmente en la norma” o que una “vida prolongada, ciertamente, pero desperdiciada, ya no vale la pena vivirla”.

Nuestros nuevos cruzados de la libertad están convencidos de que, sin sus diatribas saludables, las ovejas en las que nos hemos convertido estarán dispuestas a aceptar gradualmente y sin sentir a un régimen autoritario. Lo dudo y creo, por el contrario, que las reacciones a las restricciones a la libertad y al movimiento son infinitamente más temidas que la servidumbre voluntaria. Entiendo perfectamente que uno puede exasperarse por las quisquillosas reglas del confinamiento, por las peroratas de quienes se han ido presentando como los expertos en pandemias a través de las redes sociales, así como por el tono paternalista utilizado por nuestros gobernantes para llamar a los mayores de 65 “papás” y “abuelas” como si estuvieran dirigiéndose a idiotas mentales.

Sin embargo, si, como dicta la ética de la responsabilidad, pienso en mí mismo en la piel de un líder político que debe actuar aquí y ahora, ¿qué debería haber hecho? ¿Hemos olvidado que el propio rey de Suecia ha reconocido que, al negarse a confinarse, su país ha cometido un error colosal? ¿Deberíamos realmente, para mostrar nuestra predilección por la libertad y nuestra atención por el interés económico, practicar la desobediencia civil, unirnos a manifestaciones anti-cubrebocas y organizar fiestas clandestinas? ¿Debemos seguir el camino que hemos llevado al lado de líderes de otras regiones, como Bolsonaro, Trump y Johnson? ¿Es necesario recordar que el Covid ha matado en nuestro país a mucho más de 180 mil personas, precisamente porque, en nombre de un liberalismo incomprensible, este país ha sido demasiado lento o contracorriente (porque ya somos diferentes) para poner en marcha medidas similares a las adoptadas en Taiwán, Alemania o Francia?

Todos sabemos, cuando menos inconscientemente, que la libertad no se trata de hacer nada, ni liberarse de cualquier restricción, sino de “obedecer la ley que nos hemos prescrito”, y que, (como exige la democracia representativa), después de haber seguido las políticas sanitarias que tienen a nuestro país pagando con vidas y con sufrimiento casi en cada familia de este país los costos de las medidas que se nos impusieron por las autoridades legales y legítimas, tendremos todas las oportunidades de sancionarlas en las próximas elecciones, si lo deseamos.

Añado que, sin ayudas estatales, las que nunca han llegado y que los pretendidos liberales siguen criticando contra el sentido común, simplemente hemos dejado morir a las empresas mientras los desempleados se multiplican, repitiendo en nuestro país los errores catastróficos cometidos por el mundo durante la crisis de 1929. Si hay algo seguro, es que, en los hechos, nuestro gobierno ha perdido casi todo el control sobre lo que estaba a cargo.

Lejos de habernos vuelto locos, el virus nos ha abierto los ojos, nos ha hecho conscientes de la fragilidad de nuestras existencias y ha puesto en evidencia las debilidades de la economía globalizada. Deplorar los errores cometidos por nuestros gobernantes no debe impedirnos señalar que se han equivocado al poner el dinero por encima de la vida, al revés de lo que ha hecho la inmensa mayoría en el resto del mundo.




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