Desmayo involuntario

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A Pascual Laredo Meléndez (QEPD) por su apoyo y buen ejemplo   La preocupación se centraba en su primo, el cual estaba físicamente fuerte, pero una debilidad en la nariz provocaba sangrado al final de un ejercicio intenso, cuyo primer síntoma era una palidez inusual en su rostro y un dolor de cabeza intenso. Un … Leer más

A Pascual Laredo Meléndez (QEPD) por su apoyo y buen ejemplo

 

La preocupación se centraba en su primo, el cual estaba físicamente fuerte, pero una debilidad en la nariz provocaba sangrado al final de un ejercicio intenso, cuyo primer síntoma era una palidez inusual en su rostro y un dolor de cabeza intenso.

Un dato cotidiano registrado al final de los desfiles escolares, era el número de desmayados o personas que tenían algún desvanecimiento. Quizá era una consecuencia esperada, dada la intensidad y frecuencia de los ensayos.

El pueblo entero quedaba envuelto en un ambiente festivo en aquellas fechas cívicas escolares. Durante semanas se practicaba en diferentes horas de la jornada. Pocas veces se utilizaban las calles, los profesores preferían los campos  deportivos, alejados de las miradas de la gente, preservando la sorpresa para el día memorable.

La escolta ejercitaba adicionalmente y con mayor frecuencia, pues era la Carta de Presentación del plantel. Las bandas de guerra también hacían escoleta a contra turno. Las primeras semanas del ciclo escolar eran más intensas, porque disponían de escaso tiempo para la primera presentación, por la conmemoración del Día de la Independencia de México. Debían lucirse contingentes bien uniformados y con una ejecución impecable durante la marcha.

Lo relevante era el 20 de noviembre, con el tema deportivo y revolucionario. La emoción crecía preparando pirámides humanas con los varones, propiciando competencia entre escuelas, cada una queriendo ser la mejor, disciplinada, original, sorprender al público y recibir aplausos nutridos de los espectadores. Todas buscaban las ejecuciones más sofisticadas, audaces y cercanas al peligro; los pequeños aspirando hacer cabriolas tan complicadas como los grandes. No pocas veces hubo accidentes por contracturas en diversas partes del cuerpo. Lucir un brazo o pierna enyesados los días sucesivos, era motivo de orgullo.

Las tablas gimnásticas se asignaban a las niñas, porque representaban menor peligro y son más hábiles en el dominio de marcha y movimiento.

Los carros alegóricos especialmente para los más pequeños representando personajes de la Revolución, formaban un collage colorido, dinámico y brillante.

La escolta y banda de guerra de los militares siempre provocaban admiración y respeto.

En torno a esa algarabía que dejaba aprendizajes importantes en la comunidad educativa, había un hecho inquietante, en la percepción de un niño: la noticia de alumnos participantes que sufrían desmayo u ocupaban auxilio por agotamiento.

¿A qué se debía? Una hipótesis apuntaba a la falta de alimento antes de salir de casa, aunado a sentimientos de emoción, estrés, insolación y en algunos casos, cansancio por los esfuerzos previos en los ensayos.

Las opiniones mordaces afirmaban que tenían poco aguante (problemas crónicos de anemia o desnutrición).

Pasaba el tiempo y la estadística permanecía alta a pesar de que las condiciones de vida fueron mejorando.

Años más tarde, ejerciendo la honrosa función docente, procuraba recomendar a madres y padres de familia que sus hijos fortalecieran la alimentación durante períodos previos, porque un buen almuerzo solo en la fecha del evento es insuficiente.




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