Desconfianza y duda

Jaime Santoyo Castro.
Jaime Santoyo Castro.

Muy lejos quedó aquella agradable vida que caracterizaba a las provincias de México, donde la mayoría nos conocíamos, nos saludábamos, nos ayudábamos unos a otros y la confianza, el respeto, la buena fe y la solidaridad eran parte de nuestra forma de vida. Hoy parece que vivimos en campos minados. Salimos a la calle cuidándonos, … Leer más

Muy lejos quedó aquella agradable vida que caracterizaba a las provincias de México, donde la mayoría nos conocíamos, nos saludábamos, nos ayudábamos unos a otros y la confianza, el respeto, la buena fe y la solidaridad eran parte de nuestra forma de vida.

Hoy parece que vivimos en campos minados. Salimos a la calle cuidándonos, en primer lugar, de no ser contagiados del virus del COVID, aunque no tenemos ni la más remota idea de por dónde nos va a saltar la liebre, pero nos cuidamos de los que no usan mascarilla y/o no se protegen. Antes se representaba a los chicos malos con mascarillas o pasamontañas. Ahora los malos son los que no las usan.

Ahora nos cuidamos todos de todos. Estamos perdiendo la confianza y la duda se va apoderando de nuestro ánimo. Nos sentimos a merced de la trampa y del engaño. Si suena el timbre del teléfono o de la puerta, no sabemos si abrir, contestar o correr a escondernos. Cuidamos de no dar nuestro número telefónico, pero vivimos asediados con llamadas donde nos ofrecen tarjetas de crédito, créditos, planes vacacionales, promesas de premios a cambio de depósitos, o amenazas, etc; y sólo nos preguntamos que cómo es que tanta gente tiene nuestros números? quién se los pasa?. Entonces recurrimos a la conseja popular, que nos dice que no contestemos si no conocemos el número, pero siempre nos queda la duda de si era alguien conocido, o un familiar en problemas, y que quizá debimos haber atendido la llamada.

Si es en las redes, ya se piensa mucho en qué decir o qué publicar, porque hay, como se dice en el ámbito popular, muchos pájaros en el alambre, que están escudriñando todo para ver el modo de despojarnos de nuestro patrimonio.

A diario nos enteramos de nuevas formas de engaño, y la desconfianza se hace presente: dudamos de la palabra, de la autenticidad de las identificaciones, o de la voz, o de los documentos, o de las intenciones, o de las promesas, o de los compromisos, etc. Pareciera que el signo de los tiempos está marcado por la duda y por la necesidad de verificarlo todo. Se acabó el crédito a la palabra, por aquello de quienes practican el “fíngelo hasta que lo logres”.

Asi, paulatinamente, vamos aprendiendo a desconfiar de todo y de todos y no hay nada ni nadie que nos explique o nos aliente; nadie se ha dedicado a aconsejar o prevenir  lo que debemos hacer ante el asedio y la amenaza: Sólo la duda es la que va ganando terreno y va minando nuestra tranquilidad, ante la generalidad del engaño y la mentira.

Quizá no sería descabellado tener una Secretaría de Prevención de Engaños, con personal especializado en detectar y defenderse de embustes, sin olvidar el viejo adagio de: “demasiado bueno para ser cierto”.




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