Opinión Jaime Casas Madero
Este conflicto mediático y político se intensifica aún más por la coyuntura internacional.
Los días finales de marzo han sido, una vez más, marcados por un enfrentamiento continuo, abierto y sin tregua entre la oposición y el oficialismo en nuestro país. Se trata de una guerra mediática en la que no parece haber límites en cuanto a recursos económicos, con cada bando desplegando sus mejores estrategias.
Esta confrontación se presenta como si estuviéramos ante una coyuntura electoral crucial para la toma del poder político en México. Sin embargo, es importante recordar que este sexenio acaba de comenzar, y apenas han transcurrido siete meses desde el inicio del gobierno de la actual administración.
La oposición, que en su momento parecía agonizando por el resultado arrasador y estrepitoso del reciente proceso electoral, parece haber recuperado fuerza. En lugar de continuar en una fase de repliegue, ha aprovechado la oportunidad para golpear al gobierno en cada evento o noticia que pueda ponerlo en una posición vulnerable. A través de una estrategia mediática agresiva, los opositores no solo han logrado capitalizar errores y malas decisiones del gobierno federal, sino que han logrado amplificar estos hechos, convirtiéndolos en un discurso constante de carácter oportunista que acorrala al Ejecutivo.
Es evidente que los partidos políticos de la oposición, que aún se mantienen unidos en su lucha, están coordinando sus esfuerzos de manera sincronizada. Sus principales líderes nacionales parecen haber diseñado una estrategia común que se replica en cada uno de los estados del país. A esto se suma el gran derroche de recursos económicos: se estima que los partidos opositores han invertido más de 25 millones de pesos en menos de una semana para influir en las redes sociales, con la intención de aumentar su presencia y ganar la batalla de la opinión pública.
Este conflicto mediático y político se intensifica aún más por la coyuntura internacional. Las provocaciones y bravuconadas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hacia México, particularmente en su política antinmigrante y sus amenazas recurrentes de imponer aranceles o incluso invadir el país bajo el pretexto de combatir a los narcotraficantes, agravan la tensión interna. Trump, al igual que otros actores internacionales, ha intentado intimidar a México, generando un clima de inseguridad y desconfianza que termina afectando tanto la política interna como la percepción global de nuestro país.
En este contexto, a pesar de que recientemente se han visto avances, es claro que el Gobierno Federal debe replantear su estrategia de seguridad. Ya hemos vivido en el pasado dos enfoques opuestos y erróneos. Por un lado, la guerra abierta contra el narcotráfico durante el sexenio de Felipe Calderón, una estrategia sin una adecuada planificación ni una visión clara, que terminó beneficiando a ciertos grupos criminales y haciéndolos más poderosos mientras se combatía a otros. Por otro lado, la política de “abrazos, no balazos” de Andrés Manuel López Obrador, cuyo enfoque de atender las causas estructurales del narcotráfico, como la pobreza, que no ha logrado los resultados esperados. Al final de su mandato, el narcotráfico se había fortalecido, y la inseguridad, lejos de disminuir, seguía en aumento.
Las políticas públicas erróneas que hemos presenciado no solo han dejado al país más vulnerable frente al crimen organizado, sino que también han fallado en uno de los deseos más profundos de todos los mexicanos: La paz y tranquilidad.
Es crucial reconocer que la delincuencia organizada ha alcanzado niveles tan sofisticados y poderosos que las soluciones tradicionales ya no son suficientes. En este sentido, sería necesario considerar una colaboración más estrecha con Estados Unidos. Y no, no me refiero a una intromisión, sumisión o invasión, sino a generar estrategias conjuntas, donde Estados Unidos pueda compartir inteligencia y tecnología, y con ello, realizar ataques más determinantes contra las redes criminales que operan en ambos países. El narcotráfico y otras formas de crimen organizado ya han evolucionado a un nivel que exige una respuesta más coordinada y contundente. Solo a través de una acción conjunta y bien planificada se podrá hacer frente a este flagelo de manera efectiva.
La realidad es que la guerra contra el narcotráfico y la inseguridad no se ganará únicamente con discursos, ni con respuestas reactivas a los ataques de la oposición o de actores internacionales. Se necesita unidad, así como una estrategia profunda y cohesionada, que no solo considere la seguridad, sino también el bienestar económico, la justicia social y el fortalecimiento de las instituciones. De lo contrario, corremos el riesgo de seguir atrapados en un ciclo de confrontación política que no hace más que desviar la atención de los problemas que realmente afectan a México.