Cuidado con los “asesores” que adulan

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

El verdadero asesor no debe estar fanatizado con la persona a la que asesora.

Malaventuradas son las personas públicas que se rodean de “asesores” que sólo adulan, porque se condenan a vivir en una burbuja cubierta de mentiras.

El verdadero asesor no debe estar fanatizado con la persona a la que asesora. No debe ser su admirador número uno, ni su porrista incondicional; sino más bien una voz crítica, incómoda, con frecuencia lacerante, que pueda mostrar muchos ángulos de la realidad en el entorno.

Desde la autosatisfacción no se puede ver mucho, ni se puede ver bien. La persona pública —gobernante, representante popular, funcionario, gerente, gestor— debe combatir la inevitable miopía al mantenerse cerca de esa otra persona ancla, grillete, cuyo peso debe residir en el de la razón.

La persona asesorada debe pagar por un buen juicio; no por una buena alabanza.

Se supone que se recurre a un asesor para, en efectos prácticos, tomar las mejores decisiones. Esto se logra a partir de una mejor apreciación del panorama, de un análisis bien sustentado. Por eso es fundamental tener siempre un buen planteamiento del problema dentro de un marco contextual bien definido. Y prever consecuencias de cada decisión que puede tomarse.

Uno de los más grandes riesgos que ofrece el poder está en el gusto que irriga el ego que lo ejerce. Ese gusto es traidor: puede distraer y alejar al afectado de todo lo que falta por hacer, de todas las amenazas que deben sortearse, de todas las debilidades en las que se debe trabajar.

Por eso la voz del asesor debe raspar, debe ser migraña.

Sin embargo, suele llegar el momento en que Nerón se impacienta y enoja tanto que ordena asesinar a Séneca, o Enrique VIII a Tomás Moro. Lo retrató bien el guatemalteco Augusto Monterroso con su cuento del mono que quiso ser rey: que, a pesar de tener la razón y por ello pedir al petulante tigre la corona, terminó siempre avasallado por la fuerza bruta de éste.

Cuidado con los “asesores” que adulan, son comparsa o, peor, algo simbólico. Este México tan falto de una democracia profunda está tan a la zaga que, en un somero análisis a nóminas, podemos encontrar como asesora del diputado… a la esposa del diputado. O como asesor del regidor… al hermano o sobrino del regidor.

Toda persona poderosa puede encontrar aduladores y porristas a granel. Es inconveniente que les dé un cargo tan decisivo como el de asesor. Recordemos que, simbólicamente, el asesor es la conciencia. Y la conciencia jamás puede ser zalamera y en todo permisiva.

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