Cuarta ola

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La nueva ola de Covid-19 que está golpeando a Europa disipa dolorosamente el optimismo alimentado en el mundo por las campañas de vacunación de primavera y verano. Las vacunas parecían condenar la pandemia al descenso, o al menos a ponerla bajo control: claro parece estar que no es suficiente. Pasar la página lo más rápido … Leer más

La nueva ola de Covid-19 que está golpeando a Europa disipa dolorosamente el optimismo alimentado en el mundo por las campañas de vacunación de primavera y verano. Las vacunas parecían condenar la pandemia al descenso, o al menos a ponerla bajo control: claro parece estar que no es suficiente. Pasar la página lo más rápido posible de los confinamientos repetidos y los grilletes regulatorios que acorralan las libertades requeriría que todos asumamos la responsabilidad de vacunarse a sí mismos y de observar rigurosamente el uso de una mascarilla, de mantenernos a distancia de los demás y de ser cuidadosos de no meternos en la ratonera que pueden llegar a ser los espacios cerrados. Todavía estamos lejos de ello, a pesar de los avances científicos llevados a cabo en tiempo récord.

 

La conciencia de los límites inherentes a este desfile indispensable para luchar contra el Covid-19, sin ser un arma absoluta, es brutal. Este choque probablemente explica las protestas registradas en los últimos días en algunos países tras el retorno de las restricciones. Es el caso de Austria, que ha vuelto al régimen de confinamiento y está dividida ante la perspectiva de una obligatoriedad de la vacunación, en un país en el cual el 65% de la población tiene un esquema de vacunas completo. En los Países Bajos, con más del 70% de las personas completamente vacunadas o en Bélgica (más del 75%), las protestas incluso estuvieron acompañadas de violencia.

 

Con la excepción de este último país, ya dramáticamente afectado al comienzo de la pandemia, la ola actual pone de relieve el contraste existente entre las sociedades de los países del mundo, y en estos casos l que existe entre dos Europas. Entre un sur rebasado por la epidemia en 2020 (con cifras espeluznantes de hospitalizados y muertos en sus territorios) pero que consigue, más de un año después, mantener el Covid-19 a una distancia relativa, y una Europa del Norte y del Este ahora batallando, cuando antes había logrado controlar mejor la pandemia en los momentos en que aún estaba en pañales. La situación imperante en Alemania (68% de la población vacunada) da testimonio de ello, acentuada por la transición del jefe del estado federal, que pone en evidencia el peso de las decisiones políticas frente al virus.

 

Esta ira, que se expresa de diversas maneras en todo el mundo occidental, así como en México, puede entenderse a partir de considerar el hartazgo, la falta de costumbre, el rechazo al encierro prolongado y factores microeconómicos. Sin embargo, no debe cegar. Dos años más o menos después de la aparición del Covid-19, los estados y sus gobiernos tienen ahora una caja de herramientas frente a la pandemia. El lugar de la vacunación y su difusión a tanta población como sea posible son fundamentales para esto, pero las vacunas por sí solas no pueden reemplazar a todas las otras formas de protección que garantizan tanto o más que ellas la prevención de contagios: los países europeos que pagaron el precio más alto por la pandemia en 2020 son también aquellos donde los gestos de barrera, incluido el uso de mascarillas, siguen siendo los más respetados hoy en día. Se trata de Italia (donde el 73% de la población tiene un esquema de vacuna completo) y España (80%).

 

Aunque en las últimas semanas se ha observado una relajación de la vigilancia, México sigue estando por el momento en el grupo de los países en donde el número de casos no se ha incrementado significativamente como para configurar un escenario de nueva ola, sin duda por la eficacia de las campañas de vacunación que fueron extensas en las zonas más densamente pobladas del país y por el número de casos de infección silvestre, nunca contabilizados pero que se estima han sucedido en un porcentaje muy alto de la población.

 

La sensación de abatimiento debe prevalecer aún menos a medida que la caja de herramientas anti-Covid continúa creciendo y ganando poder gracias a la ciencia. El desarrollo de tratamiento eficaces contra el nuevo coronavirus, además de vacunas y medidas básicas de protección, está ahora al alcance. Por lo tanto, el descontento y el cansancio no pueden eclipsar el continuo fortalecimiento de nuestro arsenal común: la persistencia de la pandemia no es inevitable




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