Crecimiento, desarrollo y ecología

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Ya es hora de poner fin al legado del Informe Meadows acerca de los límites del crecimiento de las economías. Aunque sus conclusiones son falsas y son claramente contradichas por los hechos, todavía confunde a los teóricos del decrecimiento por el vínculo que establece entre el crecimiento, el consumo de energía, el agotamiento de las … Leer más

Ya es hora de poner fin al legado del Informe Meadows acerca de los límites del crecimiento de las economías. Aunque sus conclusiones son falsas y son claramente contradichas por los hechos, todavía confunde a los teóricos del decrecimiento por el vínculo que establece entre el crecimiento, el consumo de energía, el agotamiento de las materias primas y las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Si bien es cierto que este vínculo parece demostrado por las primeras revoluciones industriales de los últimos tres siglos, se ha vuelto falso hoy en los países más avanzados, aquellos que muestran el camino para una reconciliación entre innovación, crecimiento y protección del medio ambiente.

 

Como muestra el economista francés, Eric Chaney, en un artículo publicado el pasado septiembre (“Crítica de la razón decreciente”, fácil de encontrar en la web), sobre los tres puntos esenciales en los que se basan las ideologías del decrecimiento, hay en los países que asocian las preocupaciones medioambientales y el progreso tecnológico, un desacoplamiento cada vez más marcado entre el crecimiento que avanza masivamente y los tres flagelos que acaban de mencionarse, que están en fuerte declive. Esto demuestra que la innovación puede hacer que el crecimiento, el desarrollo y la ecología sean compatibles. Como es bueno en estos asuntos ir a los hechos sin estar satisfecho con ideas generales, Chaney nos da una visión muy convincente a través de cifras que deben estar presentes.

 

Primero, sobre la energía, escribe: “En los Estados Unidos, el más intensivo consumidor de energía, su consumo per cápita ha caído un 15% en los últimos veinte años, mientras que el PIB per cápita ha aumentado en un 25%… Esto es lo opuesto a la tendencia global, que pretende demostrar que el vínculo entre el consumo de energía y el PIB no es la ley de hierro invocada por los seguidores de Donella Meadows”. Y este desacoplamiento, por supuesto, está directamente relacionado con las innovaciones tecnológicas en el transporte, la agricultura, la industria o la construcción, pero también con la aplicación de tasas impositivas a los hidrocarburos.

 

Sin embargo, esta paradoja es aún más llamativa en Europa: “Mientras que en los Estados Unidos el consumo energético se mantuvo prácticamente estable entre 2000 y 2019, lo que implica un fuerte descenso per cápita, cayó un 5,6% en la Unión Europea, y de forma dramática en Reino Unido (-19%) o Francia (-12.5%)”. La relación PIB-energía se ha invertido fuertemente en Europa, logrando no solo sin decrecimiento, sino con un fuerte crecimiento, lo que en términos de esta teoría no sería posible a menos que se pagara un precio terriblemente costoso en términos de libertad y niveles de vida.

 

Los mismos términos aplican al consumo de materias primas: “Al igual que con la intensidad energética, el consumo primario neto (teniendo en cuenta el comercio exterior) de metales como el aluminio, el níquel, el cobre o el acero ha disminuido en los Estados Unidos desde su pico en 2000 mientras continuaba el crecimiento. Para el cobre, a menudo citado como motivo de preocupación, la caída fue del 40% de 2000 a 2015, y para el aluminio 32%.

 

Este desacoplamiento también es evidente en la agricultura cuando se utilizan las tecnologías más modernas: “Mientras que las cosechas de cereales han aumentado significativamente desde 1999, el tonelaje de fertilizante utilizado ha disminuido en un 25% y la cantidad de agua para riego en un 22%”. Lo mismo se aplica a las emisiones de gases de efecto invernadero: “Para las emisiones de GEI, la divergencia (entre crecimiento y emisiones) es aún mayor en los países más avanzados: las emisiones territoriales cayeron un 33% entre 2000 y 2019 en el Reino Unido, un 24% en Italia, un 22% en Francia, un 21% en Alemania y un 12,5% en los Estados Unidos. Para la OCDE en su conjunto, cayeron un 7,5%, mientras que el PIB aumentó un 42%”.

 

Por supuesto, las emisiones globales de GEI aumentaron en un 44% durante el mismo período, pero fuera de la OCDE, los mayores contaminadores son China (+ 192%), India (+ 157%), Kazajstán (+ 137%), Arabia Saudita (+ 108%) e Irán (+ 106%). Conclusión: el decrecimiento no solo no derribaría los tres niveles de deterioro del planeta que acabamos de mencionar, sino que es todo lo contrario: al privarnos de la innovación y de los recursos que la financian, el decrecimiento y el retorno a la “baja tecnología” generaría, a menos que matemos a una buena mitad de la humanidad, ¡una catástrofe ecológica global!

 

Estos elementos desbaratan los argumentos en los que se finca la contrarreforma energética propuesta por el ejecutivo y que se supone se discutirá en el Congreso durante el primer tercio del 2021




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