Contra las profecías de nuestras cunas

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Me incomodan los mercadólogos que, sin escrúpulo, pasan sobre todo para lograr atención de los votantes. Ignoro hasta qué punto se creen de veras creativos o con efectivo humor negro (cualquier cosa que eso signifique) esos “sagaces” que idearon para un partido político el anuncio de la pareja a la que anuncian que su hijo … Leer más

Me incomodan los mercadólogos que, sin escrúpulo, pasan sobre todo para lograr atención de los votantes. Ignoro hasta qué punto se creen de veras creativos o con efectivo humor negro (cualquier cosa que eso signifique) esos “sagaces” que idearon para un partido político el anuncio de la pareja a la que anuncian que su hijo nonato será lo mismo que ellos: pobre.

Entiendo la intención y el argumento con que intentan granjearse votos. Que vivimos en un sistema desigual y excluyente es cierto; que faltan oportunidades resulta evidente. Comprendo que la ética y la generación de excelentes resultados no siempre es ventaja para uno, sino incluso lo contrario. Por cumplidor, se vuelve uno odioso. Campea aún el cliché de que en política “no está el que sabe, sino el que cabe”. Los oportunistas requieren más a los mañosos que a los íntegros.

Aun así me resisto a creer que los fatos son inexpugnables. Prefiero luchar y descreer de que, al modo hindú, cada persona debe permanecer en su “casta”. Me considero discípulo del educador argentino Juan Carlos Tedesco, quien manifestó que la educación “puede cambiar la profecía de la cuna”.

Denme una palanca y moveré al mundo. No será fácil, tomará toda la vida, pero de todos modos es la educación esa palanca. Hablo de la que sirve como base para emprender transformaciones útiles en el entorno. El creador aprende, asciende y sirve. Preguntemos a Da Vinci, Miguel Ángel, Juárez, Edison, Tesla, Disney, Mandela, Gandhi, Jobs, Musk.

Muchos salimos de pueblos y comunidades y buscamos en la educación la potenciación para prosperar en la mayoría de nuestros ámbitos. Se torna deseable que devolvamos a nuestros entornos los beneficios que a partir de nuestra preparación pueden ser generados.

Es claro que la sociedad educada debe ser también justa pues, como también declaró Tedesco, “la educación sola tampoco arreglará el problema si la persona educada no encuentra puestos de trabajo genuinos”. Él valoraba la democracia que permitiera el desempeño ciudadano “en una comunidad más justa, más solidaria, más cohesionada”. Por eso muchos de los que trabajamos por la educación trabajamos también por la justicia… y siempre contra las profecías de nuestras cunas de miseria.




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