Blasfemia, boicot y censura

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Ya sea en México o en el resto del mundo, ya no hay un día en que la noticia y la opinión individual se salven del boicot o la censura. Religión, sexualidad, derechos comunitarios, nacionalismo, liberalismo, apropiación cultural, supuesto racismo, todos los temas son buenos para alimentar el nuevo orden moral que ha estado cubriendo … Leer más

Ya sea en México o en el resto del mundo, ya no hay un día en que la noticia y la opinión individual se salven del boicot o la censura. Religión, sexualidad, derechos comunitarios, nacionalismo, liberalismo, apropiación cultural, supuesto racismo, todos los temas son buenos para alimentar el nuevo orden moral que ha estado cubriendo el planeta en los últimos años.

En la era del COVID y el distanciamiento social que la exacerba, esta mezcla de puritanismo, intolerancia con diversas caras, a veces consecuencia de luchas legítimas, pero a menudo producto de indignaciones hipócritas, conducen a la la sociedad y se encarna en la expresión “cultura de cancelación”, como modo de captura nacido directamente de los laboratorios de la izquierda mundial.

La lista de estos boicots y censuras sigue creciendo y nos debería dar motivos de preocupación. El caso de la joven Mila (todavía severamente acosada casi un año después de sus comentarios sobre el Islam), contra este o aquel artista, contra este o aquel periodista, las quejas contra Netflix por la emisión de alguna película, las amenazas constantes recibidas -y ya cumplidas- por el diario satírico Charlie Hebdo, llamadas a boicotear contra diarios del mundo como The Guardian o Reforma, o las peligrosas intimidaciones sufridas por personalidades como Zohra Bithan y Zineb El Rhazoui orquestadas por seguidores fanáticos del Islam, no hacen más que agregar gotas al vaso que ya está lleno.

Todos estos casos se distinguen de los que alcanzan a romper la ley y pueden conducir a condenas, particularmente en relación con la preferencia política, el racismo o el antisemitismo, que son cada vez más desenfrenadas a medida que la sociedad se tensa, como sucede con la pederastia o la violencia. La peculiaridad que debería preocuparnos es el hecho de que en todos estos escenarios la justicia generalmente es sustituida por el tribunal de las redes sociales y las indignaciones particulares, comunitarias y religiosas, insatisfechos de que la ley no se case con su desiderata.

A la cabeza de estos temas ignorados por los textos legales, en todo el mundo, pero especialmente en México, está el concepto de blasfemia. No existe en la ley y, por lo tanto, debe evitarse de ser mencionado, pero existe en la mente de los creyentes en un momento en que cada vez más de ellos desean ver la ley de Dios prevalecer sobre las leyes humanas locales, sobre todo cuando el que lo desea además detenta el poder. Esta noción de territorialidad debe tenerse en cuenta. A diferencia de la aplicación de códigos, la religión no conoce fronteras, ni la expresión de redes en esta era de globalización.

La colisión de estas diferencias con el pretexto religioso, de la preferencia sexual, del liberalismo contra el conservadurismo o el mesiánico escondido detrás del subterfugio de una idea de país, arrasa los particularismos legislativos y exacerba la ira, al tiempo que la onda puritana que nos abruma va mucho más allá de la cuestión confesional. En este juego del huevo y la gallina, ya no sabemos si es un fenómeno de mojigatería puramente social del que se benefician los que tienen más saliva o si este puritanismo proviene de la propagación de una indignación religiosa escondida en un pretendido movimiento social que cambia los códigos de conducta.ant




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