Aprendizaje forzado

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado a Guillermo Ruiz Martínez (QEPD) y a Teodoro Mata Martínez. Ni brecha había, transitaban por el monte, haciendo camino con las rodadas frecuentes de las carretas. } El profesor había solicitado por familia, la realización de faenas. Era la única forma de disponer de una construcción digna, pues el edificio anterior era ya insuficiente … Leer más

Dedicado a Guillermo Ruiz Martínez (QEPD) y a Teodoro Mata Martínez.

Ni brecha había, transitaban por el monte, haciendo camino con las rodadas frecuentes de las carretas. }

El profesor había solicitado por familia, la realización de faenas. Era la única forma de disponer de una construcción digna, pues el edificio anterior era ya insuficiente para albergar los primeros tres grados que podía atender, falto de iluminación, ventilación y anexos adecuados, ubicada en lo que se denominaba “El Casco de la Hacienda”.

Conforme a posibilidades, una parte hizo excavaciones, otros elaboraron adobes, quienes tenían carretones debían transportar rocas desde la barranca, dos kilómetros cuesta arriba.

Los fines de semana, solidarios conformaban cuadrillas para realizar tareas asignadas.

En una ocasión Pancho y su hermano menor querían ir, aunque su mamá estaba en desacuerdo porque consideraba que aún no eran capaces de sortear los peligros del monte como serpientes, arañas, espinas, arroyos.

El hermano mayor y su primo preferían dejarlos en casa, les conocían y sabían lo demandante de su atención, además como eran muy cercanos en edad, fácilmente entraban en complicidad o en conflicto entre ellos. Sin descartar que invertirían mayor tiempo que el programado. El papá accedió a que fueran al menos en un viaje.

Al principio era todo novedoso para los dos niños, porque cuando sacaron las coyundas para uncir los bueyes al yugo, utilizaron esas tiras de cuero para jugar a la cuerda, aprovechando que los otros se afanaban en arrear las bestias para colocarlas en posición. Gritos desaforados y en el umbral del enojo les hicieron entrar en cordura.

Aparentemente iban disfrutando el paisaje, pero en cuanto se acostumbraron al vaivén y tumbos del transporte, argumentando sed vaciaron a escondidas el recipiente de agua, luego sacaron su provisión de piedras para ir lanzándolas a blancos convenidos entre ellos, incluidos los animales de tiro.

“Una combinación de piedras y niños siempre es fatal”, porque esta imprudencia usualmente trae descalabrados. Un llanto confirmó esa declaración. Hicieron alto para revisar al crío y por fortuna no había sangre, solo un chipote tras la oreja izquierda.

Hizo berrinche mayúsculo buscando con ello conseguir un castigo severo para su hermano, agotando la paciencia de todos, les obligó a cumplir la amenaza de dejarlo abandonado.

Enroscado en el suelo confió en que lo esperarían, pero no, el chirriar de los ejes del carromato se fue alejando. Asustado se incorporó, con angustia les vio desaparecer tras la loma.

Para su fortuna eran evidentes las huellas de las ruedas en las partes menos rocosas, porque había lloviznando durante la madrugada. Pese a su corta edad en breve recompuso el semblante, venciendo sus miedos las siguió y en cosa de minutos (eternos para él), llegó por su cuenta al lugar de la carga.

Mírenlo, ¿no que se iba a perder?”, expresó con ironía el primo.

A veces es necesario estar en situación de crisis, para que las personas pongan en acción las habilidades, talento o capacidad de reacción.

*Director de Educación Básica Federalizada [email protected]




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