Milei, ¡Viva la Libertad!

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Los votantes de Milei, como los de otros líderes “populistas”, han visto y apreciado quizás sobre todo una liberación.

Berlusconi, Bolsonaro, Dutertre, Kaczinski, Melloni, Orban, Salvini, Trump y ahora los argentinos eligieron a Milei. Cada vez, es el mismo asombro de los entendidos ante los veredictos de las urnas, el mismo llamado a resistir al nuevo poder y la misma acusación de “populismo”, a la que se sumará, si es necesario, la de pertenecer a la extrema derecha.

La diversidad de las figuras correspondientes a cada uno de esos apellidos y de los programas evocados muestra claramente que esta acusación no se refiere a un contenido ideológico particular, por ejemplo a una referencia al populismo ruso o sudamericano, sino a los supuestos métodos que los llevaron al poder. En cualquier caso, de hecho, quienes pretenden ver todo escenario desde el punto de vista de “la razón” pretende explicarlo como nada más que el resultado de maniobras de la demagogia vil que lleva por mal camino a un electorado siempre demasiado sensible a los mitos y las pasiones. A la sinrazón de los electores.

Ante la multiplicación de estos acontecimientos –por no hablar de la llegada al poder de líderes autoproclamados de izquierdas cuyos métodos no son muy disímiles, Lulla, Chávez, Beppe Grillo o Zelenski, pero que no serán objeto de tal rechazo–, los indignados sin duda se beneficiarían de hacerse la pregunta de qué, en su forma de ejercer el poder, podría haber llevado a lo que parece ser sobre todo una reacción, una “reacción violenta y mal razonada”.

Porque el poder de nuestras sociedades progresistas es a la vez ideológico y expertocrático: ideológico cuando afirma que, para usar aquella famosa frase thatcherista, “no hay alternativa” y expertocrático en el sentido de que pone la fuente de la decisión en manos de expertos y ya no en manos de políticos, y menos aún en las del pueblo. Lejos de ser neutral y tratar de convencer a la gente de la corrección de sus tesis, cada uno de esos líderes utilizó para imponerlas un control social que nunca se había visto a tal nivel. Y frente a todos los grandes desafíos de hoy, ya sean salud, seguridad, migraciones, deterioro ambiental, pobreza insoportable o crisis internacionales, cuando algunos de sus errores se hacen evidentes, el poder tiene a la mano solo dos respuestas. La primera es la precipitación (si algo no funciona, es porque se necesita “más” o “mejor”). La segunda es la proliferación de regulaciones que prohíben a las personas cuestionar el futuro al que conducirán.

La sensación de degradación económica y social, la inseguridad física y cultural, la falta de perspectivas, el cansancio ante la propaganda política y mediática, el miedo a nuevas restricciones a las libertades, la incapacidad de los ciudadanos para recuperar el control, son algunos de los sentimientos que ahora son ampliamente compartidos por los ciudadanos en el mundo. Y si las circunstancias locales llevan a los votantes a elegir programas diferentes, por ejemplo, en términos que ponen en riesgo el papel del Estado o de la política social, queda la esperanza común de vivir en naciones soberanas que unan a los hombres libres para decidir su destino.

Cometiendo un grave error de perspectiva, otra vez, quienes pretenden ver todo desde el campo de la razón, “razona” “naturalmente” que los “payasos populistas” no pueden ser seguidos por los votantes, hasta el punto de que algunos creen que es bueno promover su ascenso para perjudicar a oponentes supuestamente más peligrosos: en Argentina, el oficialista ministro de economía Massa promovió a Milei contra la “ortodoxia” representada por Patricia Bullrich, creyendo que no hay riesgo en que el electorado se equivoque tan gravemente sin considerar, al menos en parte, el poderoso rechazo que genera el sentimiento de “traición por parte de las élites” -los potentados, los corruptos, como se les llama por acá-, cuando éstas, políticas y mediáticas, piden voluntariamente a sus conciudadanos que se “adapten”, mientras se benefician de un estatus protector.

A propósito de Milei, ahora se nos explica que no es de extrañar que llegue al poder en un país en el que el 68% de los jóvenes está pensando en emigrar, azotado por la inflación (143%), la crisis inmobiliaria y la deuda. Ciertamente, pero todo esto no es milagroso, y sobre todo llega al poder contra quienes lo han conducido, proponiendo algo más que el statu quo y la sumisión al sufrimiento cotidiano de cada individuo.

Pero, detrás de sus muchos excesos de conducta y de lenguaje, los votantes de Milei, como los de otros líderes “populistas”, han visto y apreciado quizás sobre todo una liberación, ya sea la liberación del discurso de lo políticamente correcto o la liberación de la política de la tutela económica y legal. Cansados de ser tratados como niños, prefirieron gritar con Milei, ¡Viva la libertad, maldita sea! 

Los que todo quieren ver desde el lente de la razón, harían bien en preguntarse si, con sus discursos que mezclan arrogancia y desconexión, con sus prejuicios escandalosos, o con su afán de regularlo todo y prohibir lo que contradice sus tesis, no han hecho todo lo posible para que esta revuelta contra “la razón” se convierta en la realidad de nuestras sociedades.




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