La ciudadanía y las élites

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

A los ojos del pueblo, los diputados y jueces pertenecen al mismo círculo que los tecnócratas que gobiernan y los “expertos” que hablan, son los que tienen el poder de decir y hacer.

En los últimos meses se han promulgado leyes que han escapado del consenso de los ciudadanos en nuestro país con el consiguiente cuestionamiento constante acerca de si la clase gobernante es sujeta de un juicio social permanente y la argumentación que pretende adjudicar al populismo el objetivo de socavar la democracia y a los órganos de fondo ciudadano que la sociedad mexicana ha construido para controlar posibles desviaciones en el ejercicio público. La palabra populismo se usa con demasiada facilidad, tanto para calificar el comportamiento de un personaje público como para desacreditar el surgimiento de una reacción popular. Así, se ha dicho que las manifestaciones contra el sometimiento a medidas disciplinarias (confinamiento, mascarillas, vacunación forzada) desplegadas durante la crisis sanitaria fueron populistas. El hecho de que algunos de los pocos políticos que los apoyaron fueran clasificados como de “extrema derecha” reforzó este descrédito. Para mí, estas diversas manifestaciones son simplemente un signo de una pérdida de confianza del pueblo en sus representantes. El uso de artificios que luego han sido desechados por la Corte refleja la impotencia del poder legislativo para hacer la ley.

Evidentemente existe un distanciamiento entre la ciudadanía y las élites. A los ojos del pueblo, los diputados y jueces pertenecen al mismo círculo que los tecnócratas que gobiernan y los “expertos” que hablan, son los que tienen el poder de decir y hacer. Cuando el poder establecido está en armonía con el poder instituyente popular, es posible redefinir las reglas del estar juntos, en este caso las reglas de redistribución entre generaciones debido a cambios demográficos o tecnológicos. Hoy en día, las élites y las personas viven en realidades impermeables entre sí. Por lo tanto, la palabra democracia es sólo un encantamiento.

Las correcciones hechas al trabajo legislativo por la Suprema Corte de Justicia de la Nación no parecen la consecuencia de un conflicto o de una demanda social clásica pero tampoco episodios de una crisis marcada por convulsiones esporádicas. Creo que es el mismo tipo de revueltas a las que nos hemos tenido que acostumbrar en México, digamos de las élites contra las élites, del poder central contra el poder central. Pero la supervisión por parte de la ciudadanía a través de herramientas actuales como las redes sociales, pero también a través de los medios clásicos de comunicación, le da a este movimiento una apariencia de lucha social en el sentido clásico. Y como uno puede ver, este marco evita el caos. El hecho es que los manifestantes en las redes sociales y en la prensa no están impugnando tanto la transición de la Guardia Nacional al Ejército o la remodelación del Instituto Nacional Electoral. El poder jacobino en México no sabe tener en cuenta las diversidades territoriales, corporativas y profesionales. Las formas de protesta y las palabras para expresarla difieren, pero se han constituido un desafío para el poder central y su modelo “transformador” que tiene las formas tradicionales de la política mexicana de mediados del siglo veinte más que las que nos habíamos acostumbrado a ver en el primer quinto del veintiuno.

La crisis es también en griego la acción de clasificar, de tamizar, de rechazar lo que debe ser rechazado y de mantener lo que merece ser guardado. Estamos en un período de cambio de época. Los grandes valores de la modernidad (individualismo, igualitarismo, racionalismo, materialismo) están saturados y están surgiendo nuevos valores. Es una mutación general. La palabra “revolución” es demasiado “política” para describir esto. Y a nivel local, múltiples experiencias dan testimonio de los valores de ayuda mutua, creatividad, atención al bien común que son los de las generaciones más jóvenes.

Hay que razonar si podemos seguir con este mismo esquema gubernamental. El cambio de época equivale, como dice Vilfredo Pareto, a una “circulación de élites”. Actualmente se ve cómo pocos políticos emergen del gris de una élite en proceso de descomposición. Si miramos el período del fin del Imperio Romano, nos sorprende la histerización del poder. Este poder, aislado en su palacio, gobierna por el miedo: el miedo a la muerte, el miedo a la guerra, el miedo a la escasez, el miedo al colapso del modelo social. Esto conduce a fallas cada vez más numerosas y erráticas y a levantamientos. Es dentro de este escenario que nacerá una nueva forma de organización social, privilegiando a la gente que ocupa ese territorio. Permítanme recordarles: el “lugar crea el vínculo”.




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