Frivolidad en el placer

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Es tiempo entonces de meditar con Séneca según quien “los destinos conducen a los que los aceptan y arrastran a los que los rechazan”.

Está de moda: los defensores de las teorías de autoayuda y de la psicología positiva conquistados por el frenesí de la felicidad ensalzan implacablemente las virtudes del estoicismo y promueven un moderno retorno a él. Estos autoproclamados nuevos “guías espirituales” y que tienen remedios igual para un problema familiar que para sociedades que tienen roto su tejido defienden urbi et orbi la idea de que la felicidad dependería solo de nuestra armonía con nosotros mismos, de nuestro “estado interior“, de modo que consistiría en decir “” al mundo exterior “sin excepción alguna y en todas las circunstancias” y aceptar la inevitabilidad del destino para poder centrarse en el propio “yo interior”. Es tiempo entonces de meditar con Séneca según quien “los destinos conducen a los que los aceptan y arrastran a los que los rechazan“.

Según la alegoría del estoico romano, seríamos como perritos atados a un carro: si nos rendimos ante la poderosa necesidad de un curso intangible del mundo para concentrarnos en nuestro “yo interior”, la única realidad que depende de nosotros ya que, si nos rebelamos, nuestras patas ensangrentadas nos causarán un terrible martirio, luego entonces: perritos mansos que trotan sin rencor detrás del carro, alcanzaremos la felicidad perfecta, porque habremos dicho sí al gran todo cósmico.

Es inquietante que personas inteligentes puedan ahora vendernos estas tonterías, cuando nos urgen lucidez y coraje como nunca. En un momento en que el estado mexicano tiene zonas del territorio patrio en entredicho por la acción de grupos del crimen; donde, a riesgo de sus vidas, con un coraje increíble, las madres de inocentes desaparecidos se levantan contra la ignominiosa modorra institucional y de la sociedad en general; donde, como nunca antes, tendríamos que decir no al horror del mundo, nuestro viejo México, ahora aparenta aparecer paralizado por la búsqueda de la felicidad personal, se derrumba en las ideologías del sí a la realidad, que se miran el ombligo, asociadas a un estoicismo barato, a una moral de esclavos.

La fórmula no es metafórica ya que, de hecho, Epicteto, uno de los principales padres fundadores de la doctrina, fue en efecto un esclavo que, incapaz de liberarse en la realidad, afirmó que la libertad es sólo interna y que quien ha encontrado la armonía dentro de sí mismo ya no tiene que temer que la intrusión del mundo exterior perturbe su serenidad en lo más mínimo. Se dice que su maestro se rompió la pierna para saber si la teoría no se invalidaba por la práctica. Plutarco, en el mismo sentido que Epicteto, se ha complacido en hacer observaciones sobre este tema, que, con el debido respeto, encuentro tan absurdas que me parecen la antítesis de cualquier especie de sabiduría.

Se dirá”, escribe sin reírse, “que es mejor ‘acostarse en un lecho de rosas’, como dijo Séneca, que yacer desnudo en un potro de tortura. Si somos más virtuosos en soportar el tormento, y si la constancia en la prueba es superior a la frivolidad en el placer, la tortura será buena para nosotros”. Pido se me perdone por ser tan imprudente que confieso que prefiero el lecho de rosas al potro de tortura, pero es cierto que una cierta inclinación por el sentido común nunca me ha disuadido de la búsqueda de lo que creo que es la verdad.

A decir verdad, y aunque eso signifique hundirse en el tópico más banal, no veo ninguna razón para amar la realidad cuando es inicua o atroz, de modo que admiro a quienes, en lugar de rendirse ante el horror y la injusticia, son capaces de levantarse para decirles no en lugar de este sí obsceno al que nos invitan hoy los mercaderes de la felicidad en la estela de las llamadas “sabidurías antiguas”. Si alguien le hubiera dicho a mi padre, que me envió a buscar el futuro cuando era un chiquillo, que según algunos gurús de la felicidad en quince lecciones, la sabiduría consiste en decir sí a la realidad “con sus altibajos”, habría llegado a la conclusión de que era la ideología de un perfecto inútil. Me dirán que la realidad no siempre es tan trágica. En el México de la juventud de mi padre, sin duda, pero en el de hoy y en resto del mundo, no faltan las atrocidades, por desgracia. Además, hay suficiente sufrimiento, miseria, violencia e injusticia en nuestras democracias pacíficas como para que la invitación a amarlo todo, a interesarse sólo por el ombligo propio, a emprender un “viaje hacia uno mismo” en lugar de hacia los demás, pueda ser juzgada más perjudicial que producto de la sabiduría por aquellos que todavía permanecen al menos un poco apegados al espíritu de la incomodidad cuando el mundo -el país, la ciudad- actual no es el mejor ni justo.




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