Desobediencia Civil

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Con Thoreau, la desobediencia civil era un acto individual que garantizaba la integridad moral del ciudadano: con Gandhi, se transforma en una movilización colectiva destinada a cambiar el mundo.

Tirar sopa sobre un cuadro de Van Gogh, bloquear carreteras, apagar carteles luminosos por la noche: en nombre de la lucha contra el cambio climático, cada vez más activistas medioambientales cometen actos de desobediencia civil. Al violar deliberadamente la ley para despertar las conciencias de sus conciudadanos, están siguiendo los pasos de piscadoras voluntarias, que destrozan plantaciones en el campo o de quienes manchan vallas publicitarias con pintura … pero también predecesores más lejanos –y más ilustres–, como el filósofo Henry David Thoreau, Mahatma Gandhi o el pastor estadounidense Martin Luther King.

La noción de desobediencia civil aparece por primera vez en 1866, en el título de un folleto de Henry David Thoreau publicado pocos años después de su muerte, en 1862. Arrestado en 1846 por haberse negado durante seis años a pagar sus impuestos al Estado de Massachusetts debido a sus vínculos con los estados esclavistas del sur de los Estados Unidos, el filósofo estadounidense se justifica alegando que este pago lo haría cómplice de una política que condena. Esta experiencia lo inspiró a formular una teoría de la desobediencia civil: para Thoreau y su amigo, el también filósofo Ralph Waldo Emerson, la única guía para el ciudadano debe ser su conciencia. Al servir ciegamente a un estado injusto, se convertiría en un “autómata”.

Durante décadas, la defensa de Thoreau de la desobediencia civil se mantuvo en un plano casi confidencial, pero en la década de 1900 inspiró a un activista indio que pronto se haría famoso por su lucha contra el colonialismo británico. “Según la leyenda, Gandhi descubrió el panfleto de Thoreau en la biblioteca de la prisión donde fue encarcelado en 1908, debido a su primera campaña de desobediencia civil”, dice Christian Mellon en La Désobedience civile. Otros creen que oyó hablar de Thoreau cuando era estudiante en Inglaterra. En cualquier caso, Gandhi solía leer y releer a Thoreau en prisión.

Si el Mahatma Gandhi suscribía la idea de que el ciudadano tenía el deber de rebelarse contra las leyes injustas, la desobediencia civil que defendía tenía dos “diferencias notorias” con la del escritor estadounidense, subraya el filósofo Manuel Cervera-Marzal. “Debe ser colectiva, incluso masiva, y debe basarse en ahimsa, la no violencia”.  Con Thoreau, la desobediencia civil era un acto individual que garantizaba la integridad moral del ciudadano: con Gandhi, se transforma en una movilización colectiva destinada a cambiar el mundo.

Este registro eminentemente político sedujo, a finales de la década de 1950, a Martin Luther King. Para el pastor afroamericano, la filosofía de Gandhi es “el único método moral y concretamente válido para los pueblos oprimidos”. Al rechazar la segregación racial, escribe, los activistas de derechos civiles en la década de 1960 estaban “exponiendo” esta realidad “que debe abrirse y exponerse, en toda su fealdad supurante, a los remedios naturales del aire y la luz”. La desobediencia civil se convirtió, a partir de este momento, en un “elemento central en el repertorio de acción de los movimientos sociales contemporáneos”.

En una democracia, sin embargo, este modo de acción sigue siendo complejo de pensar. ¿Por qué defender las propias convicciones cometiendo un delito, cuando la democracia ofrece muchos medios legales, como huelgas, peticiones, manifestaciones o votos? ¿No se corre el riesgo de poner en peligro a las instituciones, a la libertad de apreciar o no la injusticia de las leyes? ¿En qué condiciones pueden los ciudadanos permitirse violar las leyes aprobadas por parlamentarios elegidos por sufragio universal?

Si sus análisis difieren, todos, o casi, consideran que para argumentar que se comete un acto de desobediencia civil este debe cumplir tres condiciones: respetar el principio de no violencia, ser público y colectivo, e invocar una causa de interés general. Extinction Rebellion o los activistas de Greenpeace que rompen las reglas de la libre circulación bloqueando un cruce o la ley sobre propiedad privada al ocupar un sitio de construcción a menudo cumplen con estos preceptos: no cometen violencia, actúan juntos y con la cara descubierta, y defienden una causa que concierne a toda la humanidad: sin embargo, yo agregaría una cuarta condición: no tener otra alternativa.




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