Amar y amar

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

Mi corazón se alegra cuando veneramos a un santo. A mi entender, cada uno de ellos es una canción de amor bien afinada, interpretada en el ritmo temporal y eterno del amor; pensemos en santa Teresita, san Francisco de Asís y muchos más, santos octubreños. Todos ellos y ellas dieron en el clavo: amar a … Leer más

Mi corazón se alegra cuando veneramos a un santo. A mi entender, cada uno de ellos es una canción de amor bien afinada, interpretada en el ritmo temporal y eterno del amor; pensemos en santa Teresita, san Francisco de Asís y muchos más, santos octubreños. Todos ellos y ellas dieron en el clavo: amar a Dios y al prójimo con todo, en cualquier circunstancia, siempre al cien.

Me extraña que en nuestro tiempo se vaya apagando el deseo y la aspiración a la santidad. Sería algo parecido a no querer crecer en el amor a Dios y al prójimo. Esto aplica, sobre todo, a quienes creemos en Cristo. ¿Y, los que no creen? ¿Estarán buscando traducir así lo esencial de la vida cuando hablan de respeto a la dignidad de toda y todas las personas? ¿Y, el cada vez más amplio mundo de los indiferentes? ¿Estarán buscando lo esencial para la pacífica convivencia humana en el respeto, defensa y promoción de los derechos humanos, es decir, en el amor al prójimo?

Nos encontramos el Domingo pasado, en el texto proclamado, con un estudioso de la ley que se acerca a Jesús y le pregunta por el primer mandamiento. Él responde por el primero y por el segundo. El escriba aprueba su respuesta. Jesús le dice: “No estás lejos del Reino de Dios”.

¿Cuál es la novedad? Jesús integra y sintetiza toda la ley en dos cosas que son una, o una cosa que son dos: “Amar a Dios y amar al prójimo como a uno mismo”. Quiere decir que nos salimos de lo esencial cuando dejamos a Dios sin prójimo, cuando el débil no es amado o no es preferido a todo lo demás. Dios está donde está el amor auténtico al más herido, al excluido, al descartado… Y Dios no está cuando por elegir a Dios abandonamos al hermano a su suerte: “Amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.

Jesús va a lo esencial de la vida; no menciona fechas, detalles, mucho menos, partidos. Cada uno tiene que hacer la traducción del amor a Dios y al prójimo desde la realidad del otro y la de uno mismo. No es suficiente hacer lo mandado y evitar lo prohibido. Se trata de amar, de ir al corazón de la vida, amar lo que hacemos y evitar hacer algo sin amor. Lo permitido o prohibido, lo correcto y legal no llena del todo el corazón. Por ahí apunta Jesús cuando recalca: “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”.

Todos los santos amaron ‘al cien’ y dejaron los brazos abiertos para todavía más. Buscaron, oraron, encontraron, amaron, se entregaron, intuyeron que el único camino de la bienaventuranza es hacer realidad lo que hoy escuchamos en el Evangelio. Creyeron en Jesús y le creyeron a Jesús. ¿Y nosotros peregrinos en el siglo XXI, con todo y vulnerabilidades, nuevas tecnologías y más?




Más noticias


Contenido Patrocinado