¿Alegres ante la tormenta?

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

¿A quién se le ocurre? ¿No será mejor estar preocupados? Vivimos las últimas semanas de un año difícil, atípico, desconcertante; un tiempo que no imaginamos, no preparamos, no deseamos. Hemos vivido situaciones nuevas, no esperadas, desconocidas, sin expresiones sensibles de cercanía. Nos hemos visto privados de manifestaciones de fe muy arraigadas que nos han identificado … Leer más

¿A quién se le ocurre? ¿No será mejor estar preocupados? Vivimos las últimas semanas de un año difícil, atípico, desconcertante; un tiempo que no imaginamos, no preparamos, no deseamos.
Hemos vivido situaciones nuevas, no esperadas, desconocidas, sin expresiones sensibles de cercanía. Nos hemos visto privados de manifestaciones de fe muy arraigadas que nos han identificado por siglos. ¿Estar alegres a estas alturas?
Quienes vivimos en diciembre 2020 somos distintos en muchos aspectos. Mucho hemos aprendido de la sana distancia, el confinamiento, las incertidumbres…
Hemos recuperado el valor de la vida como alguien/algo esencial y al ser humano como eje fundamental de la existencia, la razón de ser de sistemas de salud y todos los demás. Nos ha permitido valorar lo esencial. Nos hemos dado cuenta de lo valioso de la familia, la convivencia, la amistad, la salud… y la expresión de nuestros sentimientos. ¿Estar alegres? ¿De qué alegría se trata? ¿Es lo mismo que felicidad?
El tiempo litúrgico de Adviento-Navidad nos ofrece pistas y gracias para encontrar la alegría y la felicidad que anhelamos. Más allá de lo pasajero, nos abre al horizonte de la alegría plena. Además nos indica, anuncia y presenta quién es la fuente de la alegría. Al mismo tiempo nos dice que necesitamos de una fe humilde, abierta al misterio, generosa, como la de María que canta “mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador” a pesar de las tremendas tormentas que tuvo que sortear.
Me impresiona la actitud confiada de Juan el Bautista ante las inevitables dificultades para cumplir su misión. No reniega de su condición de mensajero, ni de la situación desfavorable. Se ubica, acepta su identidad, cumple cabalmente la encomienda. “En medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen”, señala con alegría. Anuncia que si nos dejamos conducir por la fe  –como los pastores y los magos- vamos a encontrar la alegría, la felicidad, la paz. Es la gran noticia de Navidad a la que nos prepara el Adviento.
El camino de la alegría se presenta aparentemente fácil. De ordinario empleamos la palabra felicidad y no los sustantivos alegría, gozo, júbilo, bienaventuranza. Quizás porque nuestra búsqueda se queda en deseos inmediatos y placenteros; quizás porque pensamos y buscamos solamente un consumo personal. Los próximos días se multiplicarán los deseos de felicidad por medios antiguos y nuevos. ¿Qué felicidad vamos a desear? ¿Se trata de la alegría por el nacimiento del Salvador?
El ambiente de estas semanas nos ofrece los productos del vasto mercado de la felicidad. No siempre irá la alegría de Navidad en el paquete. Tenemos que buscarla desde una vivencia serena de nuestra fe. Si ésta nos mueve abriremos los brazos al hermano necesitado. Entonces experimentaremos algo más que una felicidad efímera: un gozo profundo que nos llena de paz, confianza, esperanza.
Al encender la tercera vela (rosa) de la corona de Adviento, activemos la alegría. Si la dejamos habitar en nuestra casa y aceptamos sentarnos con el prójimo en el banquete de la vida,  la felicidad está garantizada.
Con una jubilosa bendición.



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