

Sigifredo Noriega Barceló.
Estamos a unas semanas para que termine 2025, año Jubilar, que ha tomado como lema “la esperanza no defrauda”, una experiencia muy humana, presente en todo ser humano.
“Velen y estén preparados”
Mateo 24, 37-44
Iniciamos un nuevo ciclo en las celebraciones de la Iglesia: el tiempo de Adviento. Cada año es, aparentemente, lo mismo, pero… ¿Más barato? ¿Más comprometedor? ¿Un rito más? ¿Seguimos igual? La liturgia de nuestra Iglesia nos va conduciendo por los misterios de nuestra salvación. En el tiempo litúrgico de Adviento nos ayudan los profetas, especialmente Isaías, además Juan Bautista y María. Lo importante es que nosotros estamos incluidos: vivimos el año jubilar y… nuestro año existencial.
Estamos a unas semanas para que termine 2025, año Jubilar, que ha tomado como lema “la esperanza no defrauda”, una experiencia muy humana, presente en todo ser humano. En su convocatoria, el Papa Francisco nos recuerda que “en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda…”Fundamenta el llamado a la esperanza en la Palabra de Dios que nos ayuda a encontrar sus razones.
El evangelio del primer domingo de Adviento nos ofrece una panorámica para entender qué y para qué es este tiempo de esperanza. Jesús nos pone en alerta ante las situaciones de la vida presente y las incógnitas e incertidumbres del mundo futuro. La referencia es Noé y la gente de su tiempo que vivían ‘como si nada’, distraídos, confiados en la indolencia del ‘no pasa nada’, dormidos sobre camas frágiles y recostados en las almohadas de la soberbia y la apatía. “Cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos”, dice el texto evangélico.
El tiempo de Noé es también nuestro tiempo y nuestra historia: hombres y mujeres que sobreviven sin pensar en el mañana de la vida; comen, beben, se divierten… viven sin vivir. Lo importante es tener trabajo y salud, decimos sin rubor. El sentido pleno y final de la vida no importa, se banaliza, se niega. Quizás ésta sea la causa de la ausencia de valores éticos, morales y espirituales en el diario existir.
Con el tiempo de Adviento iniciamos un nuevo año (Ciclo A, Año impar) en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia. Para quienes creemos en Cristo, es un tiempo especial para adentrarnos en las profundidades del misterio de la vida, su presente y su futuro. Aceptar la venida de Jesús en nuestra vida es un acontecimiento que debería cimbrar nuestra vocación y visión. El evangelio de este domingo lo expresa en lenguaje apocalíptico.
Vivir cristianamente el Adviento es la mejor manera de vencer los miedos que paralizan la esperanza y comprometen el futuro. Aunque haya sombras y lágrimas, incertidumbres y desconfianzas, la alegre y comprometida espera del Señor nos abre el horizonte de un mañana luminoso. Dios ha sembrado semillas de esperanza en el corazón de la creación y de la historia. El final pudiera ser el día sin ocaso, no la noche desconsoladora. Dependerá de la respuesta oportuna que vayamos cultivando. Vivamos con esperanza activa este Adviento.
Con mi afecto y bendición.