A dos años.

José Luis Guardado Tiscareño.
José Luis Guardado Tiscareño.

Hace un par de días el presidente Andrés Manuel López Obrador cumplió dos años en el poder, se ha cumplido el primer tercio de su periodo por el cual fue electo; especialistas, analistas y columnistas han expresado ya su opinión, algunos a favor y muchos más en contra, mucho se puede decir al respecto, pues … Leer más

Hace un par de días el presidente Andrés Manuel López Obrador cumplió dos años en el poder, se ha cumplido el primer tercio de su periodo por el cual fue electo; especialistas, analistas y columnistas han expresado ya su opinión, algunos a favor y muchos más en contra, mucho se puede decir al respecto, pues fueron tantas las expectativas y promesas que hizo el presidente que hoy todavía hay muchos que esperan que algo de eso se convierta en realidad.

Más allá de criticar o elogiar, durante estos dos años, sin duda ha quedado expuesto la polarización que ha caracterizado al actual gobierno, manejarse en los extremos opuestos es su principal distintivo y no me refiero solo a las posturas que se generan en torno al actual gobierno sino a su propio actuar.

Sus principales aduladores han señalado como una victoria sin precedente el alto nivel de aprobación que mantiene después de 2 años de gobernar, según la encuesta de El Financiero, alcanzó un 64% de aprobación contra solo un 33% de desaprobación, pero lo que no se dice es que, si bien el presidente ha logrado mantener una buena popularidad, en el mismo ejercicio, solo el 37% lo considera capaz para dar resultados, un indicador que se ha mantenido a la baja desde el inicio de su mandato.

Cabe la pena señalar que dichos niveles de aprobación no son exclusivos, pues durante el mismo periodo, aunque en circunstancias totalmente diferentes Felipe Calderón tenía el mismo porcentaje de aprobación, aunque recordemos que el expresidente panista apenas logró el triunfo electoral por escaso medio punto porcentual, mientras que el actual presidente arrasó con más del 50% de la votación.

Otro de los extremos es sin duda el cambio en las señales de “humildad”, pues mientras en el imaginario social todavía se idealiza a un presidente que hace 2 años llegó en un Jetta austero a rendir protesta, en la realidad vemos un presidente indiferente y ausente de la protesta social que rodea a su Suburban blindada.

Mientras que su aprobación se mantiene de un discurso demagógico y populista creado a partir de condenar los males del pasado y a sus enemigos políticos como principales culpables, en los hechos ha sido incapaz de construir un referente digno de admirar, pues hasta el momento su cuarta transformación se encuentra carente de justicia, seguridad, bienestar social o estabilidad económica, donde la corrupción hoy se practica desde sus propias oficina gubernamentales o delegaciones estatales y por sus propios funcionarios públicos y que luego son promovidos políticamente.

Durante este par de años ha dejado en claro sus posturas políticas pero también sus fobias y simpatías personales, su ideología pero también su adoctrinamiento y su intolerancia, sus formas y medios para gobernar pero al mismo tiempo su ineficiencia administrativa, donde lo electoral es la principal motivación, incluso más que la justicia social, más que la economía, más que la mejora educativa, incluso por encima de la propia salud de millones de mexicanos, así lo ha demostrado frente a una pandemia y todas sus consecuencias y daños colaterales.

Esta claro que es un presidente que le interesa mantener el poder político y consolidar la hegemonía de su partido, sin duda intervendrá en los comicios del próximo año, lo que queda por ver es hasta donde es capaz. Podrá marcar diferencia si logra mantener a sus estructuras electorales disfrazadas de programas sociales fuera del juego, si no, entonces estaremos frente al perfeccionamiento de un viejo, rancio pero muy bien conocido esquema priista del pasado.




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