
Dicen que una que otra noche se ve vagar por el callejón de Moya al fantasma del joven Buenrostro, quien tañe la aldaba de la casa de Manjarrez y pide hablar con ella.
ZACATECAS.- Dentro de las leyendas de Zacatecas, destaca una que se ubica en lo que era la casona del usurero Manjarrez.
Esa mansión, que ocupaba buena parte de la cuadra era habitada por un judío llamado Abraham Manjarrez, justo en la confluencia de lo que es actualmente la avenida Hidalgo, el callejón de Luis Moya y la avenida Juan de Tolosa.
Ahí se localizaba la rica vivienda de Manjarrez, a quien todo mundo recurría en Zacatecas para empeñar sus joyas y objetos personales a cambio de un préstamo.
El usurero tenía una nieta de nombre Raquel y una pequeña que había venido al mundo abandonada por el padre.
En la propiedad vivían Abraham, su nieta y la hija de esta última pero en condiciones muy desagradables, debido a que a pesar de los tesoros acumulados por millones de pesos por Manjarrez, ésta mantenía en el olvido su casa, que -de acuerdo con lo que dicen las crónicas- era un chiquero.
Como es usual, el judío tenía desprecio por los cerdos en alto grado, de manera que cuando muchos de los plazos se vencían, sus deudores iban y sacrificaban uno a las puertas de la casa.
Cierta ocasión llegó un embozado a tocar el portón en la casona, cuyo nombre era Álvaro Buenrostro, quien llevó a empeñar un finísimo collar de perlas que había sido propiedad de su madre.
Sin embargo, Raquel se enamoró de él, porque debajo del embozo, se exhibió el rostro de un apuesto caballero.
Raquel sintió una intensa pasión por el extraño personaje de modo que, con tal de verlo ella misma, urdió un plan por medio del cual su sirvienta Sara preparara un brebaje para darlo a su abuelo.
Sin pensarlo, Sara se lo dio a beber a Abraham Manjarrez pero en lugar de adormecerlo, lo mató.
Durante ese trance, Raquel se trasladó al domicilio de don Álvaro Buenrostro, a quien devolvió en sus manos el collar pero al volver a casa notó no sólo que su abuelo había muerto sino que tenía el rostro trastocado por el veneno.
Al comprender lo que había pasado, Raquel perdió el uso de la razón y aun cuando don Álvaro la buscara en su domicilio, ella ya no pudo atender sus demandas para desposarla.
Raquel fue confinada a un manicomio y las pertenencias de todos los zacatecanos fueron devueltas a sus propietarios originales.
Dicen que una que otra noche se ve vagar por el callejón de Moya al fantasma del joven Buenrostro, quien tañe la aldaba de la casa de Manjarrez y pide hablar con ella.