Introducción Cuando la Iglesia nos llama a participar en nuestras asambleas eucarísticas de cada domingo, nos presenta textos bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento, para que descubramos constantemente, con la palabra divina, el designio salvador del Padre, revelado y manifestado por Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre e Hijo suyo, con la luz, la fuerza, … Leer más
Introducción
Cuando la Iglesia nos llama a participar en nuestras asambleas eucarísticas de cada domingo, nos presenta textos bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento, para que descubramos constantemente, con la palabra divina, el designio salvador del Padre, revelado y manifestado por Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre e Hijo suyo, con la luz, la fuerza, la sabiduría y gracias del Espíritu Santo.
Hoy, hermanos, tenemos la gracia y la oportunidad de dar un paso hacia adelante en la definición de la identidad de Jesucristo, quien ha planteado a sus primeros discípulos el misterio de su ser.
Y ahora, nosotros, sus creyentes, tenemos la absoluta necesidad de saber también, quién es Jesucristo.
Porque a lo largo de la historia, las generaciones y ahora la nuestra, han tratado de conocer y definir, quién es Cristo y porqué debemos conocerlo y aceptar con libertad iluminada por la fe y la contemplación del universo creado, su evangelio como la única buena nueva que nos indica el camino de redención, liberación del pecado y tener seguridad para alcanzar nuestro destino temporal abierto, al destino último y absoluto de la vida eterna, que Cristo nos ha conquistado con la realización de su Pascua: padeciendo, muriendo en la cruz, resucitando y subiendo a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, “desde donde ha de venir al fin de los tiempos para juzgar a vivos y muertos” y entonces se instaure su Reino divino, universal, perfecto y eterno.
Cristo ahora, también en nuestros días, nos hace dos preguntas acerca de su identidad y a las cuales debemos responder en su seguimiento
Para responder nosotros a las preguntas que ayer Cristo formuló a sus discípulos y que ellos trataron de responder, incluso Pedro en particular, quien iluminado con la gracia de la revelación personal que Dios le hizo acerca de quién era Jesús, es necesario ahora que ahondando en dichas preguntas que nos presenta el evangelio de San Mateo, movidos desde luego por la gracia divina, debemos responder desde el fondo de nuestras almas a lo que Jesucristo nos interpela.
Primero escuchamos la primera pregunta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Los discípulos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías o alguno de los profetas”.
Esta primera respuesta al primer interrogatorio de Jesús, se fundamentaba en la tradición viva del pueblo de Israel.
En efecto, los profetas en el transcurso de la historia del pueblo elegido por Dios, daba su respuesta en labios de los discípulos de Cristo, de acuerdo a esta tradición viva que permitía hacer cálculos y conjeturas acerca de la identidad del Señor. Respuesta que si bien ha sido aproximativa, no comprometía mucho a los seguidores de Jesús.
Estando así las cosas, Cristo urge la conciencia de sus seguidores inmediatos con una nueva pregunta que tocó más directamente la conciencia de ellos.
Dice el evangelio: Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso, tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos!”.
Ahora estamos captando nosotros que el conocimiento acerca de la identidad personal del Mesías, solamente puede ser una realidad, bajo la luz misma de Dios, quien revela su misterio de amor, poder y belleza a través de su Hijo encarnado, a quien ha nombrado su Profeta que sintetiza de una vez y para siempre, toda la enseñanza profética del Antiguo Testamento como adelanto, cierto pero imperfecto de lo que ya se anunciaba.
Es decir, la plenitud de la revelación en el Nuevo Testamento con la Palabra infinita y perfectísima del Hijo de Dios hecho hombre en el seno de María por obra y gracia del Espíritu Santo.
Cuando Pedro respondió a Jesús sobre su identidad de Mesías e Hijo de Dios, entonces escuchó las palabras que definieron su ser y misión para la Iglesia y para todos los pueblos de la tierra: Y yo te digo a ti, que tú eres Pedro (Petros en griego= piedra) y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Conclusión
Igual que el apóstol Pedro, tenemos en sus labios y en su corazón, nuestra propia respuesta a Cristo como testigos, discípulos y misioneros de su teofanía (revelación) como Mesías e Hijo de Dios.
Toda nuestra vida unida a Jesucristo ha de ser una respuesta valiente, segura e iluminada con la luz y energía del Espíritu Santo, haciendo realidad válida y cierta nuestra profesión de fe cristiana.
De la imagen que de Cristo demos los cristianos, en el mundo de hoy, será permanente y abierto a todos los hombres el misterio de la identidad de Cristo y el mundo creerá en él.
Toda nuestra vida en la tierra, será manifestación de Cristo Mesías e Hijo de Dios, al desplegar con él: nuestro amor a los hermanos sin fronteras, nuestra comprensión y servicio para todos y solidaridad con los hermanos, especialmente los más necesitados. ¡Que la gracia de Jesucristo nos asista y acompañe siempre!
*Obispo emérito de Zacatecas
Imagen Zacatecas – Fernando Mario Chávez Ruvalcaba