En la mira criminal

José Luis Medina Lizalde.
José Luis Medina Lizalde.

La crisis política que protagonizan los diputados de la 64 legislatura es el mejor regalo que nuestro estado le brinda al crimen organizado. Cuando la instancia que diseña, reforma y vigila el conjunto de la institucionalidad pública estatal y municipal está neutralizada por su incapacidad para entender su misión, los estrategas del crimen organizado olfatean … Leer más

La crisis política que protagonizan los diputados de la 64 legislatura es el mejor regalo que nuestro estado le brinda al crimen organizado. Cuando la instancia que diseña, reforma y vigila el conjunto de la institucionalidad pública estatal y municipal está neutralizada por su incapacidad para entender su misión, los estrategas del crimen organizado olfatean la oportunidad de sentar sus reales.

El crimen organizado viene en busca del presupuesto que año con año ejerce Zacatecas, que rebase los 35 mil millones anuales. Ejerce una presión sistemática sobre la población utilizando los cuerpos completos o desmembrados de sus víctimas para alimentar la sensación de indefensión de población y autoridades, sensación que le sirve para aumentar sus controles. No solo son rutas y consumidores, terrenos de cultivo y espacios para laboratorios lo que motiva la guerra entre bandas, quieren consolidarse como proveedores del estado y municipios y como constructores de obra pública, necesitan asegurar la no interferencia de la autoridad en el cobro de piso que desde hace décadas instalaron en casa y para eso necesitan elevar sus miras y ya no conformarse con los “colaboradores” en cuerpos policíacos.

“Los próceres” de la narco-economía saben que el presupuesto anual asignado a Zacatecas es sostén imprescindible que se complementa con las remesas de los migrantes para mantener de pie un estado gobernado sin proyecto de desarrollo desde hace varias décadas. Los delincuentes intuyen que los gobiernos carcomidos por la corrupción, nepotismo y menosprecio por las capacidades en los puestos públicos son presa fácil de una estrategia encaminada a la captura del estado en su doble significado de territorio y poder público.

Hoy lo importante es que se conozcan los crímenes. En vez de cavar fosas en despoblado o disolver en ácido a los parias del bando contrario, se las ingenias para dejar constancia pública de sus acciones colgando las evidencias en puentes, a la orilla de carreteras, esparciendo cabezas y extremidades en zonas urbanas y cuando se necesita, colocando hileras de asesinados en la plaza pública que comparten el poder ejecutivo y el poder judicial.

Evalúan satisfechos la rutinaria reacción de políticos, su indignación moral, sus denuncias de ineptitudes, su reclamo teatral seguido del reproche al abandono en que según algunos “nos tiene la Guardia Nacional, el ejército, la marina”.

Sigiloso apoderamiento

Mientras continúa el implacable apoderamiento de los resortes de la economía mediante un cerco, ese si sigiloso, al presupuesto que ejercen dependencias y ayuntamientos para que las compras y contratos se asignen a los que indican los violentos, aunque se queden con un palmo de narices los tradicionales traficantes de moches.

La clase política local es idónea para los planes del crimen organizado, los cargos públicos se entregan por “méritos en campaña” por lealtades reales o exitosamente simuladas, por cercanías afectivas, Con eso, el crimen organizado recibe la garantía de que el gobierno sacrifica la aptitud en la función pública en aras de la impericia.

Las piezas del estado no funcionan aisladas unas de las otras, el poder legislativo es instrumento para coadyuvar al óptimo desempeño de las dependencias del ejecutivo estatal, poder judicial, ayuntamientos, fiscalía general del estado, etcétera. Se le asigna el control del máximo órgano auditor del estado, facultado para esculcar todo y a todos en el ámbito no federal, con autonomía técnica y de desempeño suficientes para hacer lo propio con el congreso y con los diputados en particular.

Al crimen organizado cae como anillo al dedo que los diputados poco trabajen.
Que vivan obsesionados en disfrutar sitios turísticos, que dediquen el máximo de sus esfuerzos a lograr “herramientas legislativas” con el nombre que sea.

Los estrategas del crimen organizado festinan que los diputados muestren ante la sociedad cada transa, cada exceso, que la gente los desprecie por lo que gastan en gasolina, por contratar empresas fantasmas, por no tener llenadera.

¿Tomarán conciencia?

Los propios diputados (algunos) con sus actos destruyen la autoridad moral que tanto requiere el ejercicio de vigilar la buena marcha de la administración pública.
¿Quién teme a un diputado con cola que le pisen? ¿Quién acata un poder socialmente despreciado?

No sólo es la ubicación geográfica la que nos pone en la mira del crimen organizada.
Los criminales se percatan del hueco institucional expresado en incapacidad política instalada por las primitivas practicas caciquiles que habilitan candidatos sin ideario, de políticos chapulines desconectados de todo interés que no sea el suyo.

Se refieren a la inseguridad como sacerdotes en el púlpito. Como si ellos no tuvieran responsabilidad alguna y hasta se lanzan contra un presupuesto al que dieron su voto.
Todavía no descubren que a mejores diputados mejores gobiernos, que el vacío que aprovechan los criminales es también obra de ellos.




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