Educación, antídoto contra la politiquería

José Luis Medina Lizalde.
José Luis Medina Lizalde.

La biografía pública de muchos actores políticos es la de quienes van por la vida cosechando deshonor traicionando a diestra y siniestra.

La incongruencia en la política tiene sus raíces en el uso político de los pobres y en el abandono de la educación política de los militantes partidistas a pesar de que los institutos políticos tienen financiamiento y obligación legal de hacerlo.

Hasta dónde conocemos, solo Morena tiene una consistente actividad de su instituto de formación política y algunos de sus cursos son requisito para aspirar a una postulación para un cargo de elección popular para la contienda de 2024. Mi participación en los mismos y mis esporádicas participaciones como ponente invitado en algunos estados de la república me convencen de que en eso reside la esperanza de una clase política superior en términos morales e ideológicos.

El dato que conozco sobre el debut de los pobres en procesos electorales es de 1892, cuando los hacendados del valle de México mandaban a sus empobrecidos peones a marchar por las calles de la ciudad de México pidiendo la relección del dictador Porfirio Díaz, recibiendo de los transeúntes mendrugos de pan que ansiosos recogían sin ponerse a considerar si en ese acto había más desprecio que caridad.

Con la rutina electoral en los tiempos de dominio total del PRI la utilización de los pobres como escenografía se gestionaba mediante el aparato gubernamental a la vista de todos y la herramienta más socorrida fue la promesa frecuentemente vana de alguna obra de interés común como pudiera ser un camino, una escuela, un puente.

La cosa cambia cuando se abre paso la competencia electoral, incipiente en los años ochenta y consolidada en los noventa del pasado siglo. Es cuando la disputa de pobres como clientela electoral individualiza la oferta, dejando atrás la referida a obras de interés general para adquirir la forma de despensas alimenticias, promesas de empleo, de becas para los hijos, de gestión de liberación de algún familiar en prisión, etcétera.

Los mexicanos son inducidos a acercarse al que ven con posibilidades de darles algo, por eso se compite por dar la impresión de que se tiene dinero a manos llenas derrochando en propaganda y mostrando cercanía con adinerados.

Así se modeló la cultura política que queremos superar.

Programados para mentir, robar y traicionar

La manipulación de la pobreza generó deformaciones en los políticos que los convierten en practicantes de un oficio históricamente despreciado, la gente ha percibido que muchos de los que se dedican a la política mienten, roban cuando tienen oportunidad y traicionan los intereses colectivos una y otra vez.

La biografía pública de muchos actores políticos es la de quienes van por la vida cosechando deshonor traicionando a diestra y siniestra, saltando de un partido a otro, de un actor a otro, de una ideología a otra cuando no satisfacen su ambición.

La prensa mexicana propaga el modo trepador de ver la política cuando en vez de comunicar capacidades y valores de los actores  difunden las potencialidades de los que están en escena  según el derroche y padrinos  que configuran  el mensaje de que “por dinero no paramos”,  con el que se ha echado a cuestas compromisos que no podrá eludir y que lo condicionará en forma determinante para nunca combatir la corrupción pública, pues en el camino a la meta se dejó crecer la cola que otros  podrán pisar.

El daño más grande a la cultura política de los mexicanos es el que lo orienta a buscar al que tiene posibilidades a partir del dinero en vez de al que mejores cualidades reúna para el cargo en cuestión, dando como resultado que México haya padecido a muchos corruptos, ineptos y negligentes en puestos públicos desde los cuales han provocado tantos males a la sociedad en general, algo que no sucede en las democracias avanzadas dónde el uso de la pobreza para manipulaciones electorales ha sido superado.

Militancias educadas no son manipulables

La educación política de las militancias las hace exigentes, críticas, vigilantes de quienes los lideran y de quiénes en su nombre ocupan cargos públicos.

Si los partidos políticos cumplieran su deber de educar a sus respectivas bases, los institutos políticos generarían pensamiento mediante el cual buscar influenciar a la sociedad.

No siempre fue así, la izquierda, el PAN y el PRI alguna vez atendieron el desarrollo ideológico de sus bases militantes.

Morena, gracias a la inspiración de intelectuales como Enrique Dussel, filósofo católico recientemente fallecido, se afana por formar a su militancia, esa es la única vía para prevenir la descomposición que genera el poder cuando quienes lo ejercen no tienen asimilados los principios.

Los mexicanos tenemos opciones liberales y conservadoras, nomás hay que asegurarse que no se sigan imponiendo mercaderes que con Groucho Marx exclaman “Si no te gustan mis principios, tengo otros”.

Nos encontramos el jueves en Recreo

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