Una decisión oportuna

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A la maestra Gabina Gtz. Amador, por sus enseñanzas de trascendencia   Camino a casa después de clases sus pensamientos eran optimistas porque tuvo la satisfacción de obtener la nota más alta en los exámenes del semestre. El sol le daba por la espalda y acentuaba el brillo de las paredes de cuartón de las … Leer más

A la maestra Gabina Gtz. Amador, por sus enseñanzas de trascendencia

 

Camino a casa después de clases sus pensamientos eran optimistas porque tuvo la satisfacción de obtener la nota más alta en los exámenes del semestre.

El sol le daba por la espalda y acentuaba el brillo de las paredes de cuartón de las fincas que formaban aquella larga calle.

Llevaba apetito, pero esperaría a su compañero de estudios que estaba en otro grupo, para pasar a comer a la cocina. La señora de la casa procuraba atenderlos juntos y poder dedicar más tiempo a Don Luis, su esposo y a la pequeña Esthela (“Telo”), de dos años de edad.

Ni siquiera tenía sueño, a pesar de haber roto su propia marca de desvelarse, estudiando para aquella asignatura con la que debía poner más dedicación y de una vez por todas, aprender lo básico y dejar de causarle dificultad para comprenderla.

Sólo recordaba una ocasión haberse acostado cerca de las once de la noche, preparándose para otras pruebas.

Esa vez, la maestra de Español anunció que la evaluación final dependería en gran medida, del resultado de un examen oral, relativo al estudio y comprensión de todos los temas del libro de texto. Escogería al azar cinco preguntas para cada alumno.

Llegada la fecha, iba sorteando el orden de participación, mientras el grupo esperaba afuera, con el consabido nerviosismo que una situación de este tipo genera en el estudiantado.

Los primeros en salir del salón, eran bombardeados por cuestionamientos de los demás, intentando escudriñar para saber qué les esperaba. Los reactivos se referían cada vez más, a detalles de los contenidos y con voracidad volvían a revisar las páginas intentando encontrar lo recóndito.

El estudiante fue dándose cuenta de que todos los planteamientos parecían ordinarios. Le invadía una seguridad acorde al esfuerzo aplicado la noche anterior. Sonreía en sus adentros por quererse explicar cómo era posible que hasta días antes jamás hubiera logrado estar leyendo más allá de las diez de la noche; pues sin querer, siempre se quedaba dormido con el libro sobre la cara. Entendió que estudiar acostado era el peor método para cumplir una tarea similar.

Resuelto se colocó sentado, frente a una mesa y pacientemente repasó cada página. Cuando aparecía sueño y cansancio, se levantaba a servirse un vaso con agua para mantenerse despierto. Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando concluyó de analizar todos los temas.

En su comparecencia la maestra mencionó una de las lecciones. Seguro de sí mismo la abordó y pronto la docente tomó otros temas de la vida escolar en una conversación breve y afable.

“Te pondré diez. Me doy cuenta que estudiaste bien. Te felicito.”

Esas palabras incidieron en elevar su autoestima. El resultado le dio la confianza de sentirse en posibilidad de tener un mejor desempeño escolar, siempre y cuando mantuviera un ritmo intenso como en esa ocasión.

Los resultados extraordinarios deben estar respaldados por esfuerzos extraordinarios. Todos podemos conseguirlos.




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