
Hoy se delinean dos escenarios posibles para ambas economías.
En el primer trimestre del año, el PIB de Estados Unidos cayó 0.3% en términos anualizados, mientras que el de México creció apenas 0.2%, evitando por poco la recesión técnica. Las causas son distintas, pero los riesgos compartidos. Mientras la economía estadounidense se desacelera debido a los aranceles impuestos por Donald Trump y una inflación persistente, la mexicana se sostiene más por inercias externas que por dinamismo interno: exportaciones que siguen fluyendo hacia el norte, remesas aún elevadas aunque en desaceleración, inversión extranjera por 18,636 millones de dólares (si bien el 90% de ella por reinversión de utilidades, no capital nuevo) y un tipo de cambio relativamente estable gracias a factores externos – como el diferencial de tasas de interés entre México y EEUU, percepción de riesgo país controlado y un nivel adecuado de reservas ̶ y una política monetaria restrictiva.
Hoy se delinean dos escenarios posibles para ambas economías. Uno optimista: que EEUU se recupere técnicamente en el segundo trimestre gracias a una estabilización del consumo, una reducción del efecto distorsionador de las importaciones adelantadas y una Reserva Federal que mantenga el control de la política monetaria. En ese contexto, México podría conservar un ritmo de crecimiento modesto. La inflación seguiría contenida y el peso se mantendría estable frente al dólar. Pero incluso en este escenario favorable seguirían pesando la incertidumbre que genera Trump con su política comercial errática, sus amenazas de nuevos aranceles y su discurso aislacionista, que ya está alterando decisiones de consumo e inversión en ambos lados de la frontera.
El escenario negativo es aún más inquietante. Si la inflación estadounidense se mantiene alta —empujada por los costos de los aranceles— y el PIB vuelve a contraerse, el país entraría formalmente en estanflación: estancamiento económico, alza sostenida de precios y deterioro del empleo. Para México, este sería un golpe muy difícil de absorber porque reduciría drásticamente la demanda de exportaciones mexicanas, las remesas comenzarían a caer ante la pérdida de empleos entre migrantes y la fuga de capitales presionaría al tipo de cambio, encareciendo importaciones y elevando la inflación. Todo ello afectaría el consumo interno, la inversión y el empleo formal.
Además, la respuesta de política económica en ambos países estaría limitada. La Reserva Federal no podría bajar las tasas sin agravar la inflación, y el gobierno de México, con recursos fiscales escasos, tendría un margen de maniobra muy reducido para lanzar estímulos. La presidenta Claudia Sheinbaum ha optado por contener el gasto público, priorizando la disciplina presupuestaria para no agravar el déficit que heredó de Andrés Manuel López Obrador. Esa prudencia puede dar estabilidad, pero también limita su capacidad de reacción si el entorno externo se complica aún más.
Trump impulsa un modelo económico proteccionista y robusto en apariencia, pero los datos del primer trimestre evidencian sus debilidades. Si las políticas que impulsa generan estanflación, las consecuencias no se detendrán en la frontera. México, por su alta dependencia comercial y su vulnerabilidad estructural, será uno de los primeros en resentirlo.
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