
Huberto Meléndez Martínez.
Dedicado a la maestra María Elena Nava del Río, por ser ejemplo de superación El dilema era: dejar a su padre enfermo en casa o presentarse a la ceremonia cívica anual, a la cual fue invitada para recibir un reconocimiento por méritos docentes en el nivel Superior. Era una fecha relevante en su vida … Leer más
Dedicado a la maestra María Elena Nava
del Río, por ser ejemplo de superación
El dilema era: dejar a su padre enfermo en casa o presentarse a la ceremonia cívica anual, a la cual fue invitada para recibir un reconocimiento por méritos docentes en el nivel Superior.
Era una fecha relevante en su vida profesional, porque sólo un catedrático de cada nivel educativo recibía la “Presea Ancla Santiago Lavín Cuadra” cuyo nombre era del empresario fundador de la ciudad de Gómez Palacio, Durango lugar donde estudió y trabajaba desde hacía 23 años.
Recordó con nostalgia su graduación de tercero de secundaria. Aquella vez no pudo estar presente porque la noche anterior había fallecido su abuelita paterna, con quien vivía desde que estudiaba educación Primaria.
Originaria de un sitio remoto enclavado en el semidesierto zacatecano, cercano a la majestuosidad de aquella gran montaña “El Pico del Teyra” donde sus padres afanosos cuidaban ganado y cultivaban una parcela de temporal para procurar el sustento de los nueve hijos.
Ante la insistencia de un tío septuagenario, de que él permanecería al cuidado del enfermo, con cierta preocupación se dirigió al recinto oficial.
La elegancia y pulcritud del escenario, donde las más altas autoridades municipales, militares y educativas, en actitud formal presidían la ceremonia; una impecable banda de música hacía del ambiente una festividad cultural, la banda de guerra dirigía el recorrido de la escolta militar y sumaba a la solemnidad cívica del evento.
La multitud presente multiplicaba los sentimientos de los homenajeados.
¡Qué distintos y gratos contextos envolvían su ser! El pensamiento voló a su modesta vivienda de adobe entre el monte, recordando las labores familiares de pastorear las vacas, llevarlas al abrevadero después de ordeñarlas y amamantar los inquietos becerros.
En su paladar sintió la tibia, aromática y espumosa leche. Ayudaba a su madre a cuajarla para hacer el queso, hervir el suero para obtener el requesón, elaborar mantequilla. Andar por el matorral del lomerío recolectando goma de mezquite (chopo) degustándola como golosina, buscando biznagas coloradas para recabar botones de su flor (cabuches); tumbar los dátiles con su concentrada y deliciosa pulpa dulce, cortar la flor de la palma (chichamba) para preparar sopa.
Aquellos manjares quedaron allá, esperándola para disfrutarlos en los periodos vacacionales.
Recordó “el año perdido” después de la Secundaria porque no la dejaban estudiar” ¿Para qué?, es mujer y se va a casar”, era la convicción común de los pobladores de esos lugares.
Pero el tío Manuel, radicado en Torreón Coahuila se enteró, ofreció apoyo para que aprovechara su talento intelectual en el bachillerato y después estudiar en la Universidad. Fue más allá, al estudiar un posgrado en impuestos.
Sacrificios, desvelos, esfuerzo, añoranza por el terruño donde estaba la familia, amigos y seres queridos rindieron frutos abundantes. Se graduó como Contadora Pública y pronto aparecieron oportunidades laborales. La invitación a dar clases fue sorprendente e inesperada, la aceptó de inmediato y ahora estaba ahí expectante, emocionada, en las sillas para los invitados especiales.