
Humberto Mélendez Martínez.
Dedicado a los compañeros de estudios de Educación Primaria “Ven a comer hijo, después terminas” fue la invitación de su mamá, en razón de que acostumbraban tomar los alimentos todos juntos, aunque difícilmente los acompañaba el papá por estar en el trabajo hasta el oscurecer. “Quiero terminar esta tarea, ya falta poco: contestó el chaval, … Leer más
Dedicado a los compañeros de estudios de Educación Primaria
“Ven a comer hijo, después terminas” fue la invitación de su mamá, en razón de que acostumbraban tomar los alimentos todos juntos, aunque difícilmente los acompañaba el papá por estar en el trabajo hasta el oscurecer.
“Quiero terminar esta tarea, ya falta poco: contestó el chaval, aquel de apenas 8 años de edad, quien afanoso decidió hacer las tareas inmediatamente al llegar a casa.
Era difícil porque los olores de la comida y en especial el aroma de las tortillas calientes removían el apetito del niño. Pero no, nada iba a alejarlo del compromiso asumido en ese ciclo escolar, aunque ello implicara acercarse a la mesa cuando ya casi todo estaba frío.
Particularmente en los primeros días tuvo la mayor dificultad, porque invertía mucho tiempo. Pasadas las primeras semanas advirtió que iba adquiriendo rapidez.
En varias ocasiones hasta logró adelantar algo en la misma escuela, antes de salir, pues observó a algunos de sus compañeros hacer tareas ahí mismo (las más cortas, fáciles) y se daban oportunidad de competir a ver quién lo hacía mejor. Eran mucho más rápidos, sagaces, ordenados, bien hechos. Definitivamente más inteligentes que él,
El pequeño había tenido que dejar de jugar con sus hermanos y vecinos, porque no alcanzaba a terminar. Aquellas tardes divirtiéndose en la calle y banqueta donde vivía jugando al trompo, las canicas, los encantados, los carritos, el balero y el yo-yo, iban quedando cada vez más lejos.
Muchas veces estuvo tentado a dejar libros y cuadernos olvidados, para irse a divertir, pero sólo de recordar la vergüenza tan grande vivida meses atrás, de haber reprobado el año, soportando las miradas incisivas, de compasión, acusatorias y otras de franca burla, le hacían recapacitar y parecían mantenerlo clavado en la silla, esmerado en hacer todo bien.
Las últimas vacaciones tuvieron matices de desencanto porque familiares y primos, queriendo compadecerse de él, eludieron comentar temas escolares, lo cual era una costumbre por ser la actividad más importante de su vida.
Quería entender cómo hacían sus condiscípulos, pues presentaban trabajos impecables, pero además comentaban las otras actividades de esparcimiento que realizaban en sus ratos libres. Obtenían calificaciones excelentes y a él rara vez le ponían un ocho como máximo, en la calificación de sus tareas. ¿Qué estaba fallando?. Eventualmente le invadía el desánimo, pero recapacitaba pronto.
Como todo esfuerzo tiene sus resultados, los cuales tardaron años en llegar, poco a poco fue adquiriendo el hábito de cumplir las actividades extraclase, su determinación empezó a ser notoria y fue recibiendo apoyo de sus compañeros y profesoras.
Ahora considera que aquel año de fracaso no fue tiempo perdido, sino una fuerte sacudida en su forma de ser, hasta adquirir seguridad, formas de organizarse, cuidando sus útiles escolares; disfrutando los fines de semana porque los mismos viernes por la tarde hacia todo lo pendiente para el lunes. Su personalidad fue modificándose, dejando la introversión le cambió el carácter.