Sobreponernos a nuestra propia iniquidad

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Ningún humano puede eximirse de caer en inseguridad, miedo, traición, resentimiento, culpa, venganza.

Veo en esta vida tres grandes momentos: formación/nacimiento, crecimiento, generación de fruto/legado.

Respecto al primero, es una fortuna estar ligado a esa oportunidad que uno no pide. Por supuesto que cada día implica, a querer o no, una renovación de la voluntad de continuar aquí, y por eso el suicidio llama la atención en tanto a una renuncia al privilegio que dio el nacimiento, aun haya sido en las condiciones más abyectas.

La vida es tan singular que en cualquiera de sus manifestaciones implica siempre algo negativo dentro de lo positivo, y a la inversa.

Es en el crecimiento donde comienza lo más emocionante: la decisión se fortalece no sólo en la voluntad de persistir, sino también en la búsqueda de las condiciones en que esto se dará.

Imperfectos como somos, es en nuestra pubertad cuando más se acentúan nuestras carencias, nuestros absurdos, nuestros despropósitos. Cuando persona crece con lo que poco o mucho que se le ha dado, en medio de entornos donde muchos arrebatan, irrespetan, y aun así les va de maravilla.

Por supuesto que existen muchas páginas vergonzosas a las que uno quisiera no volver a ver; menos que alguien las relea. Nuestros ridículos y momentos lastimeros son bastantes. Hemos tomado decisiones estúpidas, riesgos por los que nunca debimos optar. Todos tenemos un sótano lleno de putrefacciones, en tanto que nos afanamos por mantener en excelentes condiciones el área de las visitas.

Finalmente, llegamos a lo que se antoja sea de veras madurez. La edad cronológica tiene en pocas veces que ver con ello. Pero si conseguimos acumular buena experiencia y una satisfactoria ración de prudencia, pudiéramos generar fruto aceptable e incluso confeccionar algún legado.

Quien logra saber vivir no muere del todo. Claro que debe uno transitar por la senda de las equivocaciones, y dar con el mejor momento para salir de él.

Ningún humano puede eximirse de caer en inseguridad, miedo, traición, resentimiento, culpa, venganza: ni de ser victimario o víctima de ellos. Nuestra pasta es frágil. Con frecuencia nos engaña el atractivo del atajo, la trampa de la que nadie se enterará, la maña o el impulso de castigar a otro.

Continúo recordando a Joaquín Monegro, personaje de la novela “Abel Sánchez”, del español Unamuno, quien rabiaba con el cura al que confesaba su lacerante envidia secreta por su mejor amigo. ¿Por qué tenía que cumplir una penitencia, si la penitencia era sentir esa envidia, caer en un impulso humano?

Somos de carne defectuosa, no divina. Debemos ser capaces de sobreponernos a nuestra propia miseria, nuestra propia tragedia, nuestra propia iniquidad, y aspirar a nuestra mejor versión para dejar un mundo más digno que aquél que nos recibió.

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