Poemas de “El son del corazón” (parte 2)

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

El tercer poema de “El son del corazón” es “Treinta y tres”.

El tercer poema de “El son del corazón” es “Treinta y tres”. Sublime es tanto su inicio, “La edad del Cristo azul se me acongoja / porque Mahoma me sigue tiñendo / verde el espíritu y la carne roja”, como el terceto extraordinario donde define su gran contradicción como aspirante tanto a la ejemplar espiritualidad como a la más candente sensualidad: “Me asfixia, en una dualidad funesta, / Ligia, la mártir de pestaña enhiesta, / y de Zoraida la grupa bisiesta”.

¿Quién es Ligia? En 1896, el católico polaco Henryk Sienkiewicz escribió la novela “Quo vadis?”. En ella aparece el personaje Ligia como mujer virtuosa, noble romana convertida al cristianismo, de quien se enamora el pagano Marco Vinicio. A lo largo de la narración, el autor refiere constantemente la mirada azul y piadosa de la joven. “La pestaña enhiesta” es un aporte del jerezano para remarcar la seriedad y pureza de la joven.

Respecto a Zoraida, muchos estudiosos suponen que el jerezano se refiere a Isabel de Solís, hija del alcaide de Bedmar o Jaén, quien fue capturada por los moros y puesta en una torre de la Alhambra al inicio de las Guerras de Granada, hacia 1471. Dicen que era una mujer tan sensual y apetitosa que el sultán de Granada, Mulay Hasan, la hizo su amante y después su segunda esposa. Al convertirse ella al Islamismo, cambió su nombre a Zoraida: estrella del alba. “La grupa bisiesta” es el eufemismo que utiliza López Velarde para no decir “nalgatorio” o “nalgas”.

El cuarto poema es “Ana Pavlowa”. Ella, contemporánea de Ramón —es siete años mayor que él y habrá de morir 10 años después que él, en 1931— fue una formidable y muy admirada bailarina, artista principal del Ballet Imperial Ruso y de los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev.

En este poema, Ramón baila con ella. El texto destaca en la obra lopezvelardeana en tanto que es uno de los muy pocos que, desde versos cortos, avanza progresivamente hacia los largos a los que nos tiene acostumbrados: “Piernas / del reloj humano, / certeras como manecillas, / dudosas como lo arcano, / sobresaltadas con la coquetería de las hadas”.




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