Nos quedamos sin agua potable

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

De algún modo, sí estábamos conscientes de que, aún con mucha tecnología, el agua potable como recurso podría escasear.

Desde 1984, comenzamos en México a socializar la preocupación por el ahorro del agua potable. Los integrantes de mi generación recordarán aquel comercial televisivo de “Amanda, ciérrale” que, nacido en algún programa oficial institucional, llegó incluso a convertirse en cumbia de un conjunto musical, dentro de la iniciativa privada.

Desde 1984 ya estábamos socializando que la falta de agua potable en nuestros hogares, esa terrible bomba de tiempo.

A la manera de lo que expuso José Emilio Pacheco en su novela “Las batallas en el desierto”, los niños que estudiamos la primaria antes de 1990 imaginábamos al año 2000 en al menos una de dos vertientes. Uno: el escenario vanguardista de las caricaturas Los Supersónicos (The Jetsons) o la segunda película de “Volver al futuro” (Back to the future), con carros voladores y el mínimo esfuerzo humano gracias a la tecnología. Dos: el panorama catastrófico de “Cuando el futuro nos alcance” (Soylent Green), con carencias y la supervivencia como única gran meta.

De algún modo, sí estábamos conscientes de que, aún con mucha tecnología, el agua potable como recurso podría escasear. Ahora lo vemos con desazón: de qué sirve vivir en una zona lujosa de grandes casas blancas, espaciosas, si a ella llega el servicio de agua potable sólo una vez a la semana, y sólo por unas horas en la madrugada.

En aquella década de los 80 del siglo pasado, no utilizábamos la palabra “tandeo”. Ésta llegó con la desgracia donde se conjugaron tanto el crecimiento de nuestras comunidades —sobre todo las urbanas— con nuestra falta de consciencia de que tarde o temprano las redes de distribución de agua potable nos quedarían cortas.

Recalco lo que he dicho anteriormente: diversos intereses tanto económicos como políticos impidieron en años anteriores la concreción del proyecto hídrico Milpillas, para garantizar que, desde Fresnillo hasta Trancoso, pudiera incluso triplicarse el actual abasto del líquido. Bueno sería que ya tengamos luz verde y una muy buena inversión, a pesar de que ahora tenemos un gobierno federal que examina con más detenimiento su conveniencia o no de erogar recursos para proyectos determinados en entidades federativas.

El agua potable en casa es un derecho fundamental, sí. Pero esta declaración se cae cuando la inoperancia, el descuido, la inconsciencia e incluso la corrupción meten su cuchara en el caudal que debe llegarnos —y bien— a las familias.

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