Mejor comunicación: mejor empresa, mejor gobierno, mejor lugar de trabajo

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Algunas personas confiesan su limitación para encontrar las palabras correctas a la hora de hablar.

Dentro de cualquier organización —empresa, gobierno, escuela, familia— es fundamental que sus integrantes se comuniquen con claridad. Sobre todo, con eficacia.

Cuando esta comunicación se logra, puede llegarse más fácilmente a la consecución de los objetivos comunes, los de la empresa, del gobierno y la comunidad, de la familia, del lugar de trabajo.

Cuando esto se logra, puede cumplirse también cada objetivo profesional e individual dentro de tal grupo.

Claro que no siempre es llano el camino que lleva a este panorama. Algunas personas confiesan su limitación para encontrar las palabras correctas a la hora de hablar.

Esas mismas personas y algunas otras manifiestan, además, que les cuesta trabajo resumir planteamientos.

A eso agreguemos que muchos profesionistas no saben estructurar el contenido de un texto, oral o escrito.

Mención aparte merece, en lo escrito, la falta de dominio de reglas ortográficas y de puntuación.

Si rara vez se enseña en el aula a redactar con oraciones breves, concisas, no nos extrañe leer algún párrafo que es en realidad una oración larga, de cinco o seis o más renglones, con un solo punto al final.

Ante este panorama, uno de los principales objetivos de quienes nos asumimos como educadores es abatir estos problemas y contribuir a suplir las carencias al respecto.

Debemos ayudar a redactar mejor, a ser concisos, a comunicarse con claridad y seguridad, a mejorar la ortografía y la puntuación.

Quienes buscamos educar mejor tenemos la responsabilidad de enseñar a nuestros alumnos a organizar mejor las ideas, a sintetizar mejor, a tener más claros los mecanismos más elementales de la gramática, a identificar vicios del lenguaje y evitarlos, entre otras habilidades.

Debemos ver todo texto —ya sea el hecho y el que está por hacer, el oral o el escrito— como sujeto de un permanente proceso de elaboración, siempre perfectible; no como un “producto final” al que nada más puede hacérsele.

Nuestros procesos de enseñanza de la redacción deben motivar a la reflexión y la creatividad. Deben implicar, además, una práctica guiada.

Generemos una didáctica que —en la empresa, el gobierno, nuestro lugar de trabajo—, más que buscar que los demás conozcan cosas sobre las palabras, les permita saber hacer cosas con las palabras: mejores discursos escritos y orales que nos ayuden en nuestro entorno a llegar mejor al cumplimiento de nuestros objetivos.

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