Médico sagrado y jefe de verdugos

En el mundo cristiano, el ciclo se divide en dos etapas: una marcada por el nacimiento de Jesús en diciembre; la otra por su muerte y resurrección en la primavera.

Fragmento de un relato en homenaje a la gente anónima de los pueblos de Zacatecas que ya como una tradición esperada, año con año con talento artístico y hasta sacrificio representan en vivo y ante multitudes la pasión de Cristo.

En el mundo cristiano, el ciclo se divide en dos etapas: una marcada por el nacimiento de Jesús en diciembre; la otra por su muerte y resurrección en la primavera.

Pasadito el día de muertos, Tito Torres se transformaba en “Médico de niños Dios” con alta especialidad en traumatología y cirugías reconstructivas; lo más extraordinario que se le vio hacer era nada más y nada menos que consumar el milagro de la resurrección.

Para ejercer tan importante profesión era necesario el efecto sublime, que Tito desbordaba.

Pero díganme nomás que médico eminente, incluso galardonado con el Nobel, podía decir que sus conocimientos y habilidades le alcanzaban para tener el poder increíble de curar a Dios e incluso devolverle la vida.

Era tan transparente su ejercicio médico que la puerta de su casa-hospital permanecía abierta de día y de noche. Y así se podían ver las mesas dispuestas a las intervenciones desde el zaguán hasta el patio, ordenadas según el estado de urgencia que llevaban a los divinos bebés de yeso: un grupo presentaba sólo escoriaciones, otro, lesiones más serias, pues había desde mancos hasta unos pobres que era el puro tronco por las ausencia de todas sus extremidades.

Uno podía ver horrorizado traumatismos que desfiguraban sus tiernos rostros, ya por la ausencia de un ojo o de los dos; lo más terrible que se llegó a ver fue a un niño Dios decapitado, con su cabecita descansaba sobre su tierno torso.

La hora para tener a esos niños sanos y salvos era a más tardar antes de la media noche del 25 de diciembre, que cuando por fuerza han de nacer,

Finalmente y como un verdadero milagro, el chiquillerío celestial estaba vivo y relumbrante, como si nunca hubiera tenido lesión alguna, listos para venir al mundo en el primer minuto del 25 de diciembre como hace más de dos mil años.

En la estación primaveral, aparecía un Jesús ya grandecito, sin cicatriz alguna; este era de carne y hueso: un jornalero de 33 años que por un día se convertía en el nazareno para morir martirizado y crucificado en manos de una turba despiadada de sicarios, dirigida, sí por el mismísimo Tito Torres, que apenas unos meses atrás lo había curado y hasta vuelto a la vida.

El médico de niños Dios convertido en Jefe de sicarios, era un hombre alto, en el preludio de la madurez con grandes dotes de dirección artística; su nobleza despertaba respeto y admiración en la gente.

El viernes santo lucía un uniforme de centurión romano y azuzaba a los verdugos a golpear al cristo hasta llevarlo al Gólgota y colgado de la cruz seguido por el pueblo.

Y aunque no lo crea, nadie lo podía reconocer ni recordaba que apenas unos meses antes había ejercido de médico en el hospital de su casa y ahora dirigía a los sicarios. Después volvía a su vida apacible, sin perder su gallardía, su mirada dulce y su don de gentes.

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