Los dientes de un serrucho

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Estuve leyendo un cuento en la que se narra que una serpiente ingresa a una carpintería. En su reptar alcanza a rozar la parte dentada de un serrucho que se encontraba tirado, lastimándose. Instintivamente lanza una mordida al objeto sufriendo ahora el dolor al entrar sus colmillos en fuerte contacto con el duro metal. El … Leer más

Estuve leyendo un cuento en la que se narra que una serpiente ingresa a una carpintería. En su reptar alcanza a rozar la parte dentada de un serrucho que se encontraba tirado, lastimándose. Instintivamente lanza una mordida al objeto sufriendo ahora el dolor al entrar sus colmillos en fuerte contacto con el duro metal.

El incremento del dolor sólo se transforma en un incremento a la intensidad de la respuesta agresiva y el reptil, otra vez obedeciendo a su instinto, se enrosca entorno al punzante objeto sufriendo otra descarga de dolor a la que vuelve a corresponder con mayor fuerza hasta causarse así mismo tan severas heridas que termina por provocarse la muerte. ¿Le resulta familiar esta historia? ¿Se llega a identificar con ella?

Tantas veces nos aferramos a condiciones que no nos conducen a ninguna parte y solo nos causan dolor. Entramos en espirales a las que a veces ya no sabemos ni cuándo, ni cómo, ni por qué nos metimos.

Generalmente se trata de algo que pudo ser nuestro y que terminó siendo de otro -como la razón, por ejemplo- y nuestra frustración no lo es tanto por el hecho de que no fue nuestro sino porque, precisamente, quedó en manos de otro.
Pasa lo mismo con el rencor. Es bien lamentable percatarse de que existen personas que llevan sobre sus encorvadas espaldas pesadísimas cargas de las que ellas mismas no quieren desprenderse.

La serpiente pudo haber desistido ante la segunda oleada de dolor. Pero ella es sólo eso, una serpiente.

Los seres humanos gozamos de algo que se conoce como “libre albedrío”, es decir, el poder de elegir, de tomar nuestras propias decisiones, aún ante el dolor, aún después de responder instintivamente. En muchos de los casos se llama “pedir perdón”; en otro tanto de ellos se llama “perdonar” u “olvidar”.

Aferrarse a un objeto puede convertirse en avaricia. Aferrarse a una persona a la que no le importamos puede convertirse en obsesión; y cualquiera de estas dos condiciones es la puerta de entrada a una sucesión de emociones, sentimientos y pasiones cada vez más negativos. Tantos, como los dientes de un serrucho.




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