Lluvia esperanzadora

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Al primo Pablo Laredo M, por su acompañamiento infantil. En cuanto acabó el aguacero, los niños salieron al patio de manera espontánea y saturando el ambiente de alegría con gritos y risas provocadas por la intrepidez de deslizarse en el gran patio húmedo y lodoso. La tierra chiclosa hacía derrapar todo lo que intentaba transitar … Leer más

Al primo Pablo Laredo M, por su acompañamiento infantil.

En cuanto acabó el aguacero, los niños salieron al patio de manera espontánea y saturando el ambiente de alegría con gritos y risas provocadas por la intrepidez de deslizarse en el gran patio húmedo y lodoso. La tierra chiclosa hacía derrapar todo lo que intentaba transitar por ese lugar: personas, vehículos y animales. Por más que quisieron detenerse unos a otros, intentando mantener el equilibrio, en pocos minutos algunos presumieron las manos enlodadas y las sentaderas secas, porque el resto quedó impregnado de barro en diversas partes del cuerpo.

Sorpresivamente fue apareciendo una cantidad impresionante de “hormigas voladoras”, las cuales quedaron convertidas en motivo de juego para ver quién lograba atrapar más. El encanto terminó pronto porque por razones desconocidas sus alas se desprendían con facilidad y sólo quedaba un pequeño gusanillo curioso, frágil y poco estético.

“¡Se oye ‘la avenida’ de arroyo!”, gritó alguien. Ahora el tropel hizo eco con la carrera que emprendieron hacia el barranco del afluente cercano. En efecto, vieron cómo se aproximaba una gran pared de agua por el lecho del cauce, emitiendo un bramido estruendoso. Parados en la orilla observaron arrastrarse troncos, hierbas, árboles, rocas y hasta uno que otro potrillo o becerro quedaron atrapados por la corriente.

“¡Vamos al tanque, le va a entrar agua!” se escuchó entre la multitud.

“¡Le damos ‘pamba’ a quien llegue al último!”, sentenció otra exclamación.

El contingente de chiquillos emprendieron la carrera hacia el estanque ubicado al centro del poblado (Aunque otro punto de vista sostenía que habían sido las casas, las fincadas alrededor del bordo).

Pretendiendo tomar ventaja los punteros intentaron subir por la pendiente más alta, logrando avanzar unos cuantos metros, para luego ser regresados por el zoquete de arcilla que cubría esa superficie, resbalando en posiciones grotescas. Al ver aquello, fueron a buscar el acceso menos escarpado. Por las acequias entraba abundante agua revuelta y el nivel fue elevándose con briznas de árboles y pasto a manera de nata superior.

Algunos muchachos tomaron piedras lajas para arrojarlas con fuerza en posición horizontal intentando formar ”patitos” en la superficie del agua, sin conseguirlo por la densidad de desechos orgánicos. Otros mostraban su regocijo porque sabían de la proximidad de las siembras y las posibles cosechas.

Un niño de nombre Pascual estaba callado, observando cómo el estanque se iba llenando con la corriente y pensando en voz alta: “lo bueno es que ya no vamos a sacar agua de la noria”.

Recordaba los grandes esfuerzos que en los meses previos tenían qué trabajar durante horas, extrayendo cientos de cubos de agua de un pozo, para abrevar sus cabras.

En ningún contexto debería existir el trabajo infantil, para que pudieran dedicar sus energías al estudio y juego, pero la realidad es cruel e ingrata en varios sectores de la población, sin opción por la necesidad de la subsistencia.

*Director de Educación Básica Federalizada

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