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Opinión

La Virgen de Guadalupe, cuando la fe trasciende a la historia

La Virgen de Guadalupe, cuando la fe trasciende a la historia

Opinión José Antonio Rincón

El guadalupanismo, no sólo es un fenómeno de profunda religiosidad; adquirió desde hace años naturaleza  sociológica, tanto que se ha erigido en símbolo de identidad nacional para los mexicanos.

José Antonio Rincón
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11 de diciembre 2024

¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? 

Frase tierna, dulce y a la vez potente, que sana, da consuelo, reconforta y anima, algo así como una extensión del texto evangélico donde Jesús el Cristo, dice: No tengan miedo yo he vencido al mundo. (Juan 16:33)

El guadalupanismo, no sólo es un fenómeno de profunda religiosidad; adquirió desde hace años naturaleza  sociológica, tanto que se ha erigido en símbolo de identidad nacional para los mexicanos.

En estos días, desde grandes ciudades, comenzando por la Ciudad de México, donde está el impresionante santuario guadalupano, hasta la más pequeñas de las comunidades de nuestra patria, se visten de fiesta y alegría para celebrar un aniversario más de las apariciones de la virgen en el cerro del Tepeyac; las peregrinaciones lucen multicolores y multitudinarias; es el espléndido paisaje nacional en estos días.

Santuarios, templos, capillas dedicadas a la guadalupana se cuentan por miles.

Que cuándo, cómo y dónde se originó la devoción, son preguntas que ya no se resuelven con la historia como ciencia, yo diría porque ya están resueltas desde el México profundo, en palabras de Jean Meyer.

La gente, impulsada por la fe, define, como ocurrió con la formación del canon bíblico, que luego las autoridades eclesiásticas reconocen y la avivan.

La propia biblia no es una colección de libros de historia, aunque muchos de sus datos encuentran sustento en ella y en la arqueología, como lo evidencian estudios de eruditos; en todo caso es el mensaje de Dios en palabras de los hombres.

No es que se ignore la historia de la virgen de Guadalupe en cuanto a su origen español, lo que es comprensible, por la oriundez de los evangelizadores.

Todo gran acontecimiento es polémico en sí mismo; nada hay que no haya sido puesto en duda.

El acontecimiento guadalupano en cuanto a la aparición de la Santísima virgen en esa advocación lo testimonian el Nican Mopohua, escrito en náhuatl y de muy antigua data, muy cercano  a los acontecimientos, lo que lo hace más valioso y no digamos ya los millones de testimonio de los creyentes por favores recibidos.

El llamado milagro del Tepeyac ha sido objeto de polémica, incluso entre los propios miembros de la jerarquía episcopal mexicana, como la postura del obispo de Tamaulipas Eduardo Sánchez Camacho en el siglo XIX.

En el último tercio de ese mismo siglo, el entonces arzobispo de México, Antonio Pelagio de Labastida y Dávalos, que estuvo en Roma en el concilio Vaticano I que encabezó el papa Pío IX e integró el grupo de notables que trajo a nuestro país a Maximiliano de Habsburgo, encargó a uno de los más grandes historiadores de ese tiempo, don Joaquín García Icazbalceta, un estudio histórico del fenómeno aparicionista. El historiador, un rico hacendado morelense y ferviente católico, cumplió su cometido y entregó al prelado su trabajo de investigación, pidiendo que no se publicara. Se trata de un sesudo estudio realizado con sumo cuidado y respeto a la religiosidad del pueblo, que concluye que el lienzo es  hechura humana, aunque acotó que su opinión no invadía los terrenos teológicos, de las que confesó no ser avesado.

Ese trabajo como suele suceder, fue filtrado y ha sido manoseado por tiros y troyanos, a veces sólo con la intención malhadada de atacar la creencia.

En contrapartida, existen estudios científicos del lienzo de la imagen que preside la imponente basílica del Tepeyac, mismos que concluyen que el óleo se sale de lo ordinario y sugieren un origen sobrenatural, o por lo menos que no es posible explicar, todo lo cual da soporte al milagro de la aparición.

Plumas de todos los matices han fluido para hablar del tema.

En la polémica aparicionista, lo más vergonzoso sin duda ocurrió en los años noventa del siglo pasado, cuando gobernaba la basílica de Guadalupe monseñor Guillermo Shulenburg, cura de origen Alemán que recibió  del papa en 1963 los títulos de monseñor y abad de la basílica, lo que lo encumbró y empoderó.

Este hombre tan polémico, sin embargo, fue un gran gestor, pues en su tiempo se edificó el grandioso y hermoso templo donde reside el ayate de la virgen de Guadalupe, activismo que ya había demostrado cuando fue rector del seminario de México al  edificar sus nuevas instalaciones.

A Schulenburg le gustaba la gran vida, jugar con los patentados, socializar con la élite y recibir a los dignatarios extranjeros que acudían al santuario. La gran vida que se daba, la soportaba seguramente los cuantiosos recursos que se recaudan en ese templo mariano.

La gota que derramó el vaso ocurrió cuando afirmó que el indio Juan Diego no existió, lo que obviamente equivale a afirmar que no hubo apariciones, todo esto cuando el indígena estaba por ser canonizado. A la fecha y canonizado por Juan Pablo II, Juan Diego engrosa el santoral católico.

Mayor descaro,  hipocresía y deshonestidad no puede haber en un prelado, que se fue por esa razón y la basílica volvió a su gobierno natural: el arzobispo de México.

Los comentarios anteriores son para conocer someramente algunas de las polémicas que no hacen sino acendrar la religiosidad del pueblo en la Virgen de Guadalupe, cuya celebración es mañana y es un día grande para los mexicanos.

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