La sexualidad, la concepción, la ley y la realidad

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

En México, si quieres cuidar de tu cuerpo, de tu sexualidad y de tu salud, ahora te enfrentas a múltiples obstáculos.

Decidir libremente lo que uno quiere sobre la propia sexualidad, sin peligro, cuestionamientos ni violencia, sin miedo a un embarazo no deseado o a una infección de transmisión sexual, es un tema de salud clave y el acceso a una información fiable y sin prejuicios, así como a servicios de prevención y atención para vivir bien y comprender la propia sexualidad, sigue siendo un gran desafío en México. Especialmente para los más pobres.

Y es que aunque en muchos estados de la República se ha despenalizado el aborto y se ha promulgado un marco legal que considera que el estado provea de ese “servicio” sin costo a toda mujer que lo requiera al tiempo que se anuncian medidas para facilitar el acceso a las pruebas diagnósticas para infecciones transmitidas por vía sexual (ITS) y a la anticoncepción, incluida la anticoncepción de emergencia, que debería estar disponible en las farmacias sin receta médica para todas las personas, en la realidad existe una brecha entre este ambicioso marco pretendidamente liberal y la realidad. En México, si quieres cuidar de tu cuerpo, de tu sexualidad y de tu salud, ahora te enfrentas a múltiples obstáculos: falta de información sobre los servicios existentes, deficiencias en los servicios sanitarios públicos que atienden a las madres y a sus recién nacidos, alto coste relativo de la consulta ginecológica y retrasos, que pueden llegar a varios meses para conseguir una cita. Además, algunos profesionales de la salud a veces adoptan actitudes discriminatorias y “críticas”, o prácticas violentas hacia sus pacientes en el marco de eso que se denomina “violencia obstétrica” presente en el espacio público, pero también en el México cotidiano.

Y si, como es claro, el acceso a la salud y los derechos sexuales y reproductivos no es efectivo para toda la población, lo es aún menos para las personas más desfavorecidas, quienes suelen ser  estigmatizadas, discriminadas y reprimidas, sobreexpuestas a la violencia de todo tipo, en este caso a la obstétrica, a los riesgos de infección por el VIH y la hepatitis, así como a los embarazos no deseados: todos estos escenarios tienen una cosa en común: acceder al sistema de salud es difícil, y a veces imposible.

En la población general mexicana, el acceso a la salud está determinado por el código postal. Así, en los estratos socioeconómicos altos menos del 5% de las mujeres presentan un retraso en el seguimiento del embarazo o nunca han realizado una citología vaginal en búsqueda de cáncer del cuello del útero, pero los periódicos y las redes sociales dan cuenta de un número prevalente de mujeres embarazadas que dan a luz en la calle, en el transporte o en un taxi, una observación confirmada por las cifras de las organizaciones y colegios médicos nacionales. Las personas que nunca se han hecho la prueba de ITS o de una citología cervical pertenecen a los estratos económicos más bajos de la sociedad en los que una de cada tres mujeres embarazadas tiene un retraso en el seguimiento de sus embarazos, y más de nueve de cada 10 no se somete a seguimiento ginecológico regular. Estas discrepancias son inaceptables. El cáncer de cuello uterino, los partos prematuros y las muertes maternas son consecuencias devastadoras para la salud de las personas y la salud pública, que pueden evitarse.

La sexualidad y la reproducción tienen una particularidad: tocan lo íntimo. Rodeados de tabúes, los problemas de salud relacionados con la intimidad se descuidan aún más. Por miedo a estigmatizar o ser demasiado intrusivos, los no especialistas pueden ser reacios a hablar de estos temas y los mexicanos que no están cubiertos por el sistema público de salud y que tienen menores posibilidades económicas a menudo relegan a un segundo plano estas necesidades esenciales, por sus condiciones de vida, o incluso por su supervivencia. Y es común que cuando los médicos nos encontramos con ellos, su salud se ha deteriorado, incluso en estado crítico.

En el hospital, en un centro de salud, en una asociación o en las patrullas: hay que ofrecerles una atención integral. Independientemente del motivo de ese contacto, integremos sistemáticamente los temas y preguntas relacionados con la sexualidad, la anticoncepción, el embarazo y la violencia. Hablar de ello es un primer paso en la prevención. Y para sanar.